jueves, 3 de mayo de 2012

Por capricho


Mis padres me dieron los ahorros de toda su vida. Hice el pago y me citaron al anochecer del día siguiente en una playa escondida. Para montarnos en la patera tuvimos que meternos en el mar. A mí me dio mucho miedo porque no sé nadar pero por suerte era un lugar donde se hacía pie. Éramos muchos para una embarcación tan pequeña y tuve que ayudar a más de uno a subir, entre ellos a una mujer embarazada. Cuando estuvimos todos colocados, hacinados unos contra otros partimos hacia nuestro destino. Como estábamos mojados y era de noche recuerdo que pasamos mucho frío, todos temblábamos por el frío y por el miedo. El mar de noche es como una cueva negra, no se veía nada aparte de las estrellas. Nunca pensé que un barco pudiera moverse tanto. En seguida comenzaron los primeros mareos y vómitos. Pero todavía quedaba lo peor.
Al amanecer agradecimos los rayos del sol en nuestros fríos rostros, pero a medida que fue elevándose sobre el horizonte el calor comenzó a hacer mella sobre nuestros cuerpos. Para vencer la deshidratación bebimos agua pero las reservas eran escasas y se agotaron en seguida. Algunos desesperados tomaron agua del mar lo que les hizo ponerse muy enfermos.
Al atardecer el mar comenzó a ponerse revuelto. La situación en la barcucha se volvió tan inestable que algunos cayeron al mar y no los volvimos a ver. Cuando ya pensaba que moriríamos todos divisamos tierra. Algunos se tiraron al agua para llegar a nado, unos cuantos lo consiguieron pero otros no. Yo aguanté en la patera hasta que vinieron a rescatarnos.
Ya estábamos en España, al fin podría tratar de forma gratuita mi acné juvenil.

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