Mis padres me
dieron los ahorros de toda su vida. Hice el pago y me citaron al anochecer del
día siguiente en una playa escondida. Para montarnos en la patera tuvimos que
meternos en el mar. A mí me dio mucho miedo porque no sé nadar pero por suerte
era un lugar donde se hacía pie. Éramos muchos para una embarcación tan pequeña
y tuve que ayudar a más de uno a subir, entre ellos a una mujer embarazada.
Cuando estuvimos todos colocados, hacinados unos contra otros partimos hacia
nuestro destino. Como estábamos mojados y era de noche recuerdo que pasamos
mucho frío, todos temblábamos por el frío y por el miedo. El mar de noche es como
una cueva negra, no se veía nada aparte de las estrellas. Nunca pensé que un
barco pudiera moverse tanto. En seguida comenzaron los primeros mareos y
vómitos. Pero todavía quedaba lo peor.
Al amanecer
agradecimos los rayos del sol en nuestros fríos rostros, pero a medida que fue
elevándose sobre el horizonte el calor comenzó a hacer mella sobre nuestros
cuerpos. Para vencer la deshidratación bebimos agua pero las reservas eran
escasas y se agotaron en seguida. Algunos desesperados tomaron agua del mar lo
que les hizo ponerse muy enfermos.
Al atardecer el
mar comenzó a ponerse revuelto. La situación en la barcucha se volvió tan inestable
que algunos cayeron al mar y no los volvimos a ver. Cuando ya pensaba que
moriríamos todos divisamos tierra. Algunos se tiraron al agua para llegar a
nado, unos cuantos lo consiguieron pero otros no. Yo aguanté en la patera hasta
que vinieron a rescatarnos.
Ya estábamos en
España, al fin podría tratar de forma gratuita mi acné juvenil.
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