Aquella mañana Alicia se levantó
de la enorme cama de matrimonio que ahora ocupaba ella sola y a paso lento caminó
hasta el cuarto de baño. Allí fue donde, mirándose al espejo, descubrió que le
había crecido gran cantidad de pelo en la parte superior del cuello. Era un pelo fuerte, de color negro azabache, mucho más oscuro que su cabello normal. Tiró de él primero con suavidad y luego con un poco más de fuerza, pero estaba bien agarrado a su cogote. De vuelta a su habitación se puso su bata y llamó al trabajo. Mientras se dirigía al comedor puso como excusa que no se encontraba bien, se tumbó en el sofá y encendió la televisión.
A media mañana notó un picor en su cabeza y al rascarse palpó que de entre su pelo, prácticamente encima de sus ojos, habían aparecido dos apéndices peludos, que tenían unos orificios. Fue de nuevo al cuarto de baño y descubrió que eran sus orejas. Las que tenía habían desaparecido dando lugar a estas mas estilizadas. A su vez el pelo que le había salido en el cogote había crecido hasta ocupar prácticamente toda la parte posterior de su cabeza, cabeza que se había alargado hasta tomar la forma de la de un caballo. Aquella tarde había quedado con algunas amigas pero de ninguna forma podría presentarse en semejante aspecto así que de nuevo cogió el teléfono.
-¿Claudia?
-¡Hola Alicia! ¿Cómo estás?
-Bien, oye lo de esta tarde...
-¿No me digas que no vas a venir?
-Sí, veras es que tengo cosas que hacer aquí en casa.
-Vamos Alicia, ya las harás en otro momento. Tienes que salir un poquito y animarte.
-Te lo agradezco Claudia pero de verdad que tengo cosas que hacer, son cosas del trabajo que no puedo dejar. Y también tengo que ir al seguro a arreglar papeles, ya sabes cómo son estas cosas...
-¿Lo dices de verdad?
-Claro que sí. No me gusta haceros el feo pero no puedo ir.
-¿No prefieres que vayamos nosotras a tu casa?
-¡No, no! Imposible, lo siento mucho.
-Si hasta iba a venir Rosa, le daba mucha pena no haberte podido acompañar en el funeral de tu marido.
-Lo sé, hablé con ella. Quedaremos otro día, de verdad. Esta semana hablamos.
-Bueno, si o puedes... Sí mañana no me llamas voy a tu casa, ¿está bien?
-Llámame antes, por si no estoy...
-Un beso.
-Besos.
No le dio tiempo a colgar, el auricular se le cayó al suelo. Avanzó a cuatro patas a través del pasillo oyendo entre asustada y fascinada el nuevo sonido de sus pisadas. Llegó hasta la cocina y dio la vuelta. Le parecía absurdo intentar hacerse algo de comer, entre otras cosas porque no tenía hambre y porque los cascos no se lo permitirían.
De vuelta en el comedor repasó a su nueva altura las fotos que decoraban las paredes, luego abrió la persiana con sus nuevos dientes, cogió carrerilla y saltó la barandilla del balcón como de un obstáculo de salto ecuestre se tratara.
A media mañana notó un picor en su cabeza y al rascarse palpó que de entre su pelo, prácticamente encima de sus ojos, habían aparecido dos apéndices peludos, que tenían unos orificios. Fue de nuevo al cuarto de baño y descubrió que eran sus orejas. Las que tenía habían desaparecido dando lugar a estas mas estilizadas. A su vez el pelo que le había salido en el cogote había crecido hasta ocupar prácticamente toda la parte posterior de su cabeza, cabeza que se había alargado hasta tomar la forma de la de un caballo. Aquella tarde había quedado con algunas amigas pero de ninguna forma podría presentarse en semejante aspecto así que de nuevo cogió el teléfono.
-¿Claudia?
-¡Hola Alicia! ¿Cómo estás?
-Bien, oye lo de esta tarde...
-¿No me digas que no vas a venir?
-Sí, veras es que tengo cosas que hacer aquí en casa.
-Vamos Alicia, ya las harás en otro momento. Tienes que salir un poquito y animarte.
-Te lo agradezco Claudia pero de verdad que tengo cosas que hacer, son cosas del trabajo que no puedo dejar. Y también tengo que ir al seguro a arreglar papeles, ya sabes cómo son estas cosas...
-¿Lo dices de verdad?
-Claro que sí. No me gusta haceros el feo pero no puedo ir.
-¿No prefieres que vayamos nosotras a tu casa?
-¡No, no! Imposible, lo siento mucho.
-Si hasta iba a venir Rosa, le daba mucha pena no haberte podido acompañar en el funeral de tu marido.
-Lo sé, hablé con ella. Quedaremos otro día, de verdad. Esta semana hablamos.
-Bueno, si o puedes... Sí mañana no me llamas voy a tu casa, ¿está bien?
-Llámame antes, por si no estoy...
-Un beso.
-Besos.
No le dio tiempo a colgar, el auricular se le cayó al suelo. Avanzó a cuatro patas a través del pasillo oyendo entre asustada y fascinada el nuevo sonido de sus pisadas. Llegó hasta la cocina y dio la vuelta. Le parecía absurdo intentar hacerse algo de comer, entre otras cosas porque no tenía hambre y porque los cascos no se lo permitirían.
De vuelta en el comedor repasó a su nueva altura las fotos que decoraban las paredes, luego abrió la persiana con sus nuevos dientes, cogió carrerilla y saltó la barandilla del balcón como de un obstáculo de salto ecuestre se tratara.
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