lunes, 11 de octubre de 2010

La transformación

El autoestop es una de las formas más peligrosas de viajar, sobre todo para las chicas jóvenes y delicadas como yo. Pero ahí estaba, con mi guitarra en ristre sacando el dedo pulgar cada vez que un vehículo pasaba a toda velocidad por la autopista. No culpo al resto del grupo por dejarme tirada en medio de la carretera, haberles llamado “pobres inútiles sin talento” no fue una buena idea.
-¿Ah sí? Pues aquí te quedas guapa- me dijo el guitarrista y de un empujón acabé tirada en la cuneta.
Ser una joven indefensa en apuros me estaba dando la idea de escribir una canción, lástima que todas las canciones me las compusiera mi guitarrista pobre inútil sin talento. Ahora debía llegar por mi misma hasta el lugar del concierto y tocar. La buena noticia es que me iba a llevar yo toda la recaudación, la mala que empezaba a tener frio y dolerme la garganta. Por fin un camionero decidió apiadarse de mí y me dejó subir en su enorme tráiler. Como si el tráiler no fuera suficiente como para reconocer que la persona que había dentro era un camionero, el tipo era el típico camionero: vaqueros, camisa de cuadros, gorra azul, gran barba, barriga cervecera…
-¿A dónde vas monada?- dijo el camionero.
-A Cuenca- dije algo atemorizada.
-Sube preciosa, voy para allá.
Formábamos una extraña pareja. Seguro que cualquiera que nos hubiera visto habría pensado que formábamos una extraña pareja. Él con una mano sosteniendo un bocadillo de mortadela con aceitunas, otra mano en la cerveza, otra mano en el volante y otra mano en la caja de cambios y con la otra mano intentaba acariciarme la rodilla, mientras yo le cantaba canciones de mi repertorio e intentaba quitármelo de encima. Cualquiera que lo supiera pensaría que formábamos una extraña pareja. En el acorde mi menor del último éxito compuesto por mi pobre bajista inútil sin talento tuve el primer gallo. Comprendí que mi voz no daba más de sí y que definitivamente me había resfriado.
-¿Qué te ocurre nena?- dijo el camionero, cuya voz en ese momento me sonó más aguda de lo normal.
-Creo que me estoy resfriando… ¡Mierda, mira que voz tengo! Y esta noche tengo un concierto.
-¿Pero tú crees que alguien se va a fijar en tu voz con las te…? ¿Eh? Otra vez me está pasando. A veces no sé por qué pero, de repente, se me pone voz de mujer- dijo el camionero, que efectivamente había transformado su voz al de una mujer, una mujer con una voz bastante bonita.
-Es curioso- respondí.- Porque yo cuando me resfrío se me pone voz de camionero.
En ese momento nos miramos y lo comprendimos todo. Cuando yo me resfriaba mi voz se transformaba en la del camionero y viceversa. Él era el camionero de mi vida e, igual que yo, todas tenemos un camionero que nos presta su voz en los momentos de congestión nasal, lo que pasa que muy pocas tenemos la suerte de conocerlo.
El concierto fue todo un éxito. Seguro que cualquiera que nos hubiera visto habría pensado que el concierto fue todo un éxito. Mientras yo tocaba la guitarra el cantaba mis canciones que ensayamos de camino a Cuenca. Para el público era curioso ver un tipo como aquel camionero cantando con una voz tan dulce y femenina. Cualquiera que se enterase habría sabido que el concierto fue todo un éxito, pero nuestra unión artística fue efímera y solo duro una semana, el tiempo en el que se me pasó el resfriado, ambos recuperamos nuestras voces y me di cuenta de que él solo era un pobre camionero inútil sin talento.

lunes, 4 de octubre de 2010

Sydney Walters strikes again

Básicamente las declaraciones del doctor que trato a Sydney Walters en el psiquiátrico:

Andrew Walters ingresó en el hospital psiquiátrico de Los Angeles el 29 de octubre de 1956, lo recuerdo perfectamente porque fue mi primer día de trabajo y el primer caso que me asignaron. Padecía un caso clínico “de manual” de crisis de ansiedad y por eso me pasaron su expediente, era algo fácil de tratar. A decir verdad en aquellos años todas las enfermedades mentales eran fáciles de tatar, todo se solucionaba con la terapia electro-convulsiva, más conocida como electroshock. De hecho recuerdo como en la facultad, después de un año en que estudiábamos psicología general, los estudiantes nos uníamos al módulo de electricidad donde aprendíamos todo lo necesario para realizar nuestro trabajo. Era la parte más práctica y además nos permitía trabajar de electricista si no encontrábamos trabajo de psiquiatras.
No quiero aburriros con detalles médicos acerca del estado del paciente Andrew Walters, entre otras cosas porque han pasado muchos años y no quiero faltar a la verdad o inventarme algún dato si no lo recuerdo, solo diré que me impacto su forma de comportarse. Recuerdo que me asomaba por la ventanilla de la puerta de su blanca habitación acolchada para este tipo de pacientes y lo encontraba en una esquina tapándose los oídos y balanceándose mientras no dejaba de repetir “Elvis, Elvis” y, de vez en cuando “auanbabulubabalambambu”. Según me contaron era el tipo que iba a actuar después de Elvis Presley en el show de Ed Sullivan y el pobre no puso soportar la presión de tocar detrás del Rey del rock. Como ya he mencionado se le aplicó un tratamiento de electroshock, aparte de suministrarle una camisa de fuerza para que no se tapara los oídos, ya que se las podía autolesionar por sobrecalentamiento.
El tratamiento, por extraño que pueda parecer, no surtió ningún efecto en el paciente excepto un peinado más de punta de lo normal y el gasto en electricidad en los dos primeros años de internamiento de Andrew haría llevarse las manos a la cabeza a los movimientos ecologistas de hoy en día (lo cual se podría resolver con más camisas de fuerza). Empezaba a perder la esperanza acerca de la salud mental de Andrew, hasta que la doctora McBride propuso usar algún tratamiento alternativo.
-¿Más voltios?- le pregunté.
- No, no es eso.
-¿Sesiones de electroshock más largas? Es cierto que las 7 horas diarias se nos pueden estar quedando cortas…
-¡Oh Mike! Hay nuevos métodos- dijo la doctora McBride, a la que en su último viaje a Europa habían metido montones de pájaros en la cabeza acerca de tratamientos menos agresivos a los pacientes. Eso, su origen irlandés y que me rechazara el día que intenté algo con ella me hicieron pensar que seguramente necesitaría también sesiones de electroshock.- Lo que tenemos que hacer es desmitificar a la persona que le tiene tan traumatizada.
Por un momento pensé que se refería a mí. ¿Desmitificarme a mí? Pero no, se refería a Elvis Presley. Creo que estuvimos discutiendo varias horas y llegamos a un acuerdo, ella se encargaría del expediente Walters a cambio de una romántica cena conmigo. Seguramente fue casualidad pero, según tengo conocimiento, Andrew Walters empezó a mejorar a partir de aquel día. Por aquel entonces Elvis ya había grabado unas cuantas películas de dudosa calidad y supongo que la doctora McBride no tendría ningún problema en desmitificarlo.
Han cambiado mucho las cosas desde entonces. A Andrew no volví a verlo desde que se marchó del psiquiátrico, ya cuando se fue había cambiado su nombre por el de Sydney, supongo que para borrar el fracaso de su primera actuación. Nunca olvidaré que fue mi primer paciente, ni su olor a carne chamuscada… He de reconocer que echo de menos los electroshocks, ahora se utilizan mucho menos, la psiquiatría ha avanzado a pasos agigantados y ahora se usan métodos más evolucionados y mucho menos “corrientes”. ¿Lo pillan?
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