martes, 23 de febrero de 2010

El dormilón

Para poder dormir hasta un poco más tarde decidí que lo mejor era ducharme antes de acostarme. Otra opción hubiera sido no ducharme, pero soy ante todo una persona limpia y aseada. Bueno, en primer lugar dormilón y luego limpio y aseado. Luego me di cuenta de que con eso no tenía suficiente y que quería pasar más tiempo durmiendo con lo cual ideé vestirme con la ropa que me fuera a poner al día siguiente antes de acostarme, de tal manera que ahorraba por la mañana también el tiempo de vestirme y podía levantarme un poco más tarde. Pronto descubrí que con esto no tenía suficiente, que de todas formas perdía bastante tiempo en el desayuno, así que a partir de ese día comencé a cenar muy fuerte y así no tenía que desayunar por la mañana con lo cual ya solo tenía que levantarme e ir directamente al trabajo. Como os estaréis imaginando no tuve bastante con esto. Al vivir lejos de mi trabajo perdía mucho tiempo de sueño conduciendo así que ahorré todo lo que pude y me cambié de piso, a uno que estaba justo al lado de mi trabajo. Por fin todo era perfecto, me levantaba y en un minuto estaba en mi trabajo, mi aburrido y monótono trabajo de probador de colchones.

viernes, 12 de febrero de 2010

El pasado de Sydney Walters (y 4)

Para documentarme para esta historia he recurrido a enciclopedias, internet, revistas parroquiales e incluso agencias de noticias. Mediante esta última fuente he dado con una noticia que nos helará el corazón a todos cual congelador de corazones de vaca. La lamentable noticia es la siguiente:

Sydney Walters ha muerto
Miami, 11 de febrero de 2010 (EFE).- El que fuera presidente de la Federación Neozelandesa de Baloncesto, Sydney Walters, ha fallecido en la noche de ayer al ser devorado por dos tiburones. Su cuerpo (lo que quedaba de él) ha sido encontrado en la playa de Palm Beach junto con una nota que pedía que no se escribiera nunca más nada sobre él y firmada por un tal Andrew Walters. La policía y el FBI investiga si el firmante es un familiar de la víctima.

Así pues, me veo avocado por los acontecimientos a dejar de publicar su historia por este blog ya que, ahora que Sydney ha muerto, su historia vale millones y solo la contaré si una editorial me ofrece un suculento contrato para escribir cuatro libros sobre él. Sin embargo no me puedo resistir a terminar de contaros de forma resumida el final de la historia de Sydney con el rock and roll.
Durante su estancia en el psiquiátrico Sydney tuvo tiempo de pensar y se dijo a sí mismo que no debía venirse abajo. Que justo antes de su actuación tocase Elvis Presley con la actuación más famosa en la historia de la televisión solo fue cuestión de mala suerte. Así que volvió a enviar su canción al programa de Ed Sullivan y éste, que se ve que olvidó de lo que pasó la última vez que invitó a Sydney o puede que no lo reconociera porque ya utilizaba definitivamente su nuevo nombre y no el de Andrew, lo volvió a invitar al programa. El 9 de febrero de 1964 Sydney estaba absolutamente preparado para salir al escenario. Pensaba Sydney que esta vez no habría ningún problema ya que antes que él solo iban a tocar un grupillo británico de medio pelo al que nadie conocía. Cuando salieron y empezaron a tocar las gente enloqueció, realmente esos Beatles no eran tan malos. No sabemos que llegó a pasar con Sydney, por muchas grabaciones que he buscado de Ed Sullivan no he encontrado su actuación así que no se si finalmente le volvió a dar la crisis de ansiedad o simplemente su canción pasó desapercibida. Solo sabemos que al año siguiente estaba en Nueva Zelanda presentándose a las oposiciones para funcionario.

jueves, 11 de febrero de 2010

El pasado de Sydney Walters (3)

Para conocer por qué Sydney Walters dejó Estados Unidos y viajó hasta Nueva Zelanda tenemos que cruzar el ancho océano Pacífico hasta Los Ángeles, ciudad natal de Sydney y en la que vivió toda su vida hasta 1964. Sydney era un joven normal y corriente hasta que, a principios de los años 50, cuando estaba a punto de cumplir los 30 años Sydney escuchó en la radio algo que cambiaría su vida para siempre. Ese algo fue la canción Crazy man crazy de Bill Halley and the Comets, desde entonces Sydney, que por entonces se llamaba Andrew o Agustín, supo que su vida era el rock and roll. “Andrew se compró una guitarra eléctrica y se pasaba horas y horas en el sótano de la casa” ,recuerda la criada Gladis, “al principio pensábamos que el chico era un poco pervertido y se metía ahí para ver sus revistas porno y vaya usted a saber qué más. Aunque en aquella época era pecado leer casi cualquier revista, de hecho el Washington Post era considerada una revista porno... pero bueno, el caso es que aparte de hacer esas cosas se ve que también componía música pero la verdad es que nunca le dio por tocar para nosotros”.
Claro que no. Los planes del joven Andrew iban más allá de enseñar sus canciones a la criada. Las mandó directamente a Ed Sullivan, por entonces presentador del programa de música más destacado en televisión. ¿He escrito “las mandó”? Quería decir “la mandó”, porque en ese tiempo el bueno de Sydney solo tuvo tiempo de componer una canción, una curiosa versión de Crazy man crazy llamada Crazy woman crazy. El plan de Sydney era simple: alcanzar el estrellato con una canción y a partir de entonces vivir de las canciones que le compusieran sus productores y arreglistas. Se ve que a Ed Sullivan le gustó la canción de Sydney porque fue invitado al programa del 28 de octubre de 1956. Pero justo antes de su actuación le toco tocar a un tal Elvis Presley. Ted Cummings, por entonces joven ayudante de producción del programa recuerda esa actuación entre bambalinas del rey del rock. “La gente estaba alucinaba, las mujeres chillaban y a algunas hasta se le caían las bragas, a mi lado tenía al chaval que le tocaba actuar después de él. Recuerdo que pensé que tras ver a Elvis cualquiera que saliera después parecería una auténtica mierda y el tipo aquel, ese tal Andrew Walters, debía pensar lo mismo porque se puso blanco y empezó a sudar. Me acerqué a él, le dije que se tranquilizase y le di una palmadita en el hombro, pero él lo que hizo fue caerse al suelo con una crisis de ansiedad. Tuvimos que llamar a los loqueros.”
Efectivamente, los siguientes cinco años los pasó Andrew en un hospital psiquiátrico. Fue allí donde se cambió de nombre, ya que hubo uno de los locos que le dijo a Andrew que su música era transcendental, transparente e incluso transoceánica. Esto le hizo gracia y decidió cambiarse el nombre de la forma que ya explicamos en capítulos anteriores.
¿Y qué pasó luego? ¿Por qué decidió irse a Nueva Zelanda? ¿Por qué esta historia que acabo de leer no me ha contado nada? Más entregas mañana. Y sí, yo también estoy deseando terminar.

Continuara...

miércoles, 10 de febrero de 2010

El pasado de Sydney Walters (2)

Acabamos de descubrir que Sydney Walters no se llamaba Sydney, ni era neozelandes, sino que se llamaba Andrew o Agustín y nació en Los Ángeles. Sé que muchos de vosotros estaréis pensando que esta historia es una estafa pero la mayoría de vosotros seguro que no estáis pensando nada. De todas formas además todavía nos queda saber por qué Sydney se fue de su país y llegó a ser funcionario en Nueva Zelanda. En primer lugar nos remontaremos a sus años como opositor. De nuevo descubrimos como la genialidad de Sydney le sirvió para abrirse paso en la vida y es que la inclusión de este ciudadano norteamericano en los exámenes para funcionario fue como introducir una especie extranjera en un ecosistema que no le corresponde ya que, al ser Nueva Zelanda un país bastante aislado al resto, era “virgen” en el tema de las chuletas. Según James Peterson, que en los años 60 era examinador del estado, “los estudiantes entraron en el aula, bailamos la típica haka previa a un examen y se sentaron. En ese momento uno de los alumnos sacó el libro con todas las respuestas delante de todos y empezó a copiar descaradamente. Era la primera vez que los examinadores veíamos algo así y no supimos como reaccionar”. En aquel año (1965 siempre según James Peterson) nunca nadie había copiado en Nueva Zelanda, ni en el colegio, ni en el instituto o la universidad y ni mucho menos en una oposiciones. “recuerdo el nombre de aquel hombre” prosigue Peterson “ya era una persona adulta, debía rondar los 40 o 50 años, su nombre me chocó, era algo algo así como Sydney o Disney. Lo llevamos ante un tribunal pero no había motivos para suspenderle, como nunca nadie había copiado no existían leyes que impidieran copiar, aunque lo curioso es que si existieran leyes que impidieran chuparte tu propio codo”. En Nueva Zelanda el hecho de que Sydney aprobase copiando fue como abrir la caja de pandora y al año siguiente todos los estudiantes copiaron en sus exámenes después de oír la noticia de que alguien había aprobado copiando. Evidentemente ya se habían aprobado leyes contra los estudiantes tramposos y todos suspendieron en el que es conocido en Nueva Zelanda como el año de la calabaza (aunque no tuvo nada que ver con los suspensos sino a la superproducción de aquella planta ese año).

Continuara...

martes, 9 de febrero de 2010

El pasado de Sydney Walters (1)

La vida de Sydney Walters antes de su intrusión en el mundo del baloncesto no es una incógnita absoluta. Nuestro querido personaje tuvo un pasado muy particular antes de llegar a Nueva Zelanda y aprobar, haciendo trampas, los exámenes para funcionario del estado. Aquí es donde el lector que haya seguido la anterior historia de Sydney Walters se estará preguntando: ¿Cómo? ¿Pero Sydney Walters no fue un simple neozelandes que siempre vivió en su amado país? ¿Acaso no acabó ahí la emocionante historia del entrañable Sydney? ¿Es que el escritor de estas historias se ha aficionado a los cambios bruscos de guión al ver Lost? No amigos, no me gusta Lost, ni tampoco nadie se está haciendo estas preguntas.
Muchas personas, por no decir ninguna, se han interesado en saber que había detrás de aquel que llevó a la selección neozelandesa de baloncesto a las cotas más altas coreográficas. Gracias a esta presión popular he investigado hasta dar con el camarero que todos los días servía el desayuno al querido Sydney. Ya jubilado y con lagunas en la memoria respondió a algunas preguntas: “lo recuerdo perfectamente, la dentadura la dejé encima de la mesilla de noche... lo que no sé es donde dejé la mesilla de noche”. Por suerte este hombre tenia una hija que en la época en la que Sydney acudía a aquel bar para desayunar era una bella adolescente a la que Sydney intentaba impresionar. “Desde que lo vi supe que no era de por aquí, yo creo que por su acento podía ser norteamericano, pero a lo mejor lo fingía para impresionarme, aunque a mi el acento que siempre me ha gustado es el de Kazajistan” nos cuenta con desparpajo Leila Rubins que, si por entonces debía despertar admiración por su belleza, esa admiración debe de haber huido y encontrarse a miles de kilómetros de aquí, pienso. “Por entonces Sydney ya bebía”, prosigue Rubins, “al principio echaba unas gotitas de coñac al café, pero poco a poco fue echando más y más, yo creo que porque yo no le hacía caso por muchas cosas que intentase, imagínese que hasta un día empezó a jugar a eso de clavar el cuchillo en la mesa entre sus dedos, cada vez más rápido y luego sin mirar, hasta que se alcanzó en un dedo. Suerte que el cuchillo era de punta redonda y solo se hizo un moratón, Sydney nunca fue un tipo demasiado fuerte...”. Leila mira sus uñas, perfectamente pintadas, algo perfecto debía tener, pienso. “Cada vez fue sustituyendo más y más el café por coñac, hasta que ya pedía café para echarle al coñac, lo cual era un poco asqueroso, si se me permite”. Tú sí que eres asquerosa, pienso.
¿Eran ciertos esos rumores de que Sydney no era neozelandes? Existen varias pruebas que nos llevan a pensar en ello y por fin quitarnos de la cabeza a Leila Rubins. En primer lugar efectivamente su acento no era neozelandes, o así lo piensa la mayoría de la gente que lo conoció, aunque él siempre dijo ser neozelandes. En segundo lugar tenemos su nombre, Sydney, un nombre estúpido que evoca a una persona que no tiene ni idea de Nueva Zelanda y se pone de nombre lo primero que le viene a la cabeza de Oceanía. Sidney efectivamente es la capital de Oceanía, de la que forman parte Australia, Nueza Zelanda y Mario Land, pero Sydney nunca se preocupó de si escribía bien su supuesto nombre, ni siquiera se preocupó nunca de cepillarse los dientes. Por último tenemos su partida de nacimiento en la cual podemos ver como tachó burdamente su nombre anterior, que quizás fuese Andrew o Agustín, y puso el de Sydney encima, además de descubrir que nuestro protagonista nació en Los Ángeles [(California) Estados Unidos].

Continuara...

viernes, 5 de febrero de 2010

Ensayo sobre las alarmas

Desde tiempos inmemor… inmemoriab… desde hace mucho tiempo el hombre ha sido egoísta. De este egoísmo nació la propiedad privada y el intento de mantenerla privada a toda costa (y también en el interior). El hombre prehistórico, carente de la tecnología necesaria para proteger sus bienes más preciados, se veía obligado a llevar todas sus pertenencias consigo como si estuviera en un aeropuerto, ya que los dinosaurios no se hacían responsables de que les robaran.
Algún tiempo después los dinosaurios se extinguieron, excepto en Jurasic Park y el lago Ness, y el hombre se sintió responsable por sí mismo de sus bienes. Por eso empezó a evolucionar la tecnología antirrobo. En tiempos egipcios se inventaron innumerables e intrincados mecanismos mecánicos para que al menos, aunque el ladrón entrase en el lugar donde quería realizar el robo, muriese por aplastamiento cuando el techo comenzaba a desplazarse lentamente hacia el suelo. Los faraones, aficionados a llevarse sus riquezas consigo incluso después de muertos, fueron adeptos a este sistema, aunque en un principio el sistema no estuvo suficientemente bien perfeccionado. Cuando el faraón Ra puso el primer antirrobo en su pirámide no estuvo contento con el resultado. El diseñador ideó una palabra clave que detuviese el mecanismo de aplastamiento, pero sin embargo la primera vez que un ladrón intentó robar las joyas del faraón lo consiguió sin problema. Tanto el diseñador de la alarma como el faraón estuvieron de acuerdo en cambiar la palabra clave “socorro” por alguna otra más complicada. Pasó poco después que el faraón entró en el sarcófago del tesoro a admirar uno de sus diamantes cuando la trampa se activo y el techo comenzó a bajar amenazando la integridad física del dios egipcio. Por mucho que intentó recordar la palabra nueva no pudo y murió aplastado. De hecho los últimos estudios demuestran que los faraones no estaban totalmente vendados por momificarlos, sino que Ra impuso la moda al romperse absolutamente todos los huesos con su sistema antirrobo.
Pasó el tiempo y llegamos a la Edad Media, así de repente. La Iglesia Católica cogió el monopolio de las alarmas. El nuevo sistema de alarma consistía en tocar las campanas de la iglesia si, por ejemplo, venían los vikingos a invadir. Lo malo es que la población nunca llegó a distinguir la sutil diferencia entre las campanadas para anunciar misa y las campanadas para avisar de una invasión vikinga, entre otras cosas porque no la había, lo cual provocó a menudo que la gente se armara hasta los dientes para la misa de las 12. De hecho de ahí proviene la palabra “alarma” (a las armas).
Ya en la actualidad la sofisticación de las alarmas es absoluta. Si bien es cierto que no evitan los robos al menos dejan sordo al ladrón y, en el caso de que tengas alarma en el coche, puedes estar seguro de que no dejaras dormir a tus vecinos si alguien pasa rozando tu vehículo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

La muerte de Michelito

Hacía años que Michelito había desaparecido. El más joven matador de toros de la historia se retiró a la tierna edad de trece años y desde que apareció ese grupo antitaurino radical, que decidió terminar con el debate de "toros sí o toros no" ajusticiando a los toreros, no se había vuelto a saber nada más de él. Una pista anónima llegó a la guarida secreta de este grupo antitaurino y Javier se presentó como voluntario para acabar con la vida del joven torero, que ya debía ser un adulto oculto entre los 25 millones de habitantes de Mexico DF. Todos decidieron que Javier era el indicado. Desde que llegó de algún lugar desconocido de latinoamérica se había convertido en el antitaurino más sanguinario y el que menos dudas tenía a la hora de asesinar.
Javier cogió el vuelo a Mexico DF. Por su mente pasaron sus asesinatos, el dia que se enroló en el grupo antitaurino y la última vez que cogió un avión desde Mexico DF. Nadie en el grupo antitaurino sabía que era mexicano, Javier siempre había ocultado su pasado. Tampoco sabían que la pista la escribió él mismo. Cuando por fin estuvo delante de Michelito le dijo parafraseando La Chaqueta Metálica o a Los Enemigos:
- ¿Eres tú Michelito o lo soy yo?
Y apretó el gatillo.
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