Mamadou lleva casi diez años en
España. Como cada mañana va al semáforo de la rotonda a vender pañuelos. Todos
los días ve las mismas caras tras los retrovisores y conoce a cada uno de ellos
de tanto verlos. Mamadou siempre tiene una sonrisa para todos.
Aquel día Mamadou vio como se
acercaba el Renault de la familia Rodríguez. La familia Rodríguez pasaba todas
las mañanas para llevar a los niños al colegio y siempre le daban algo a
Mamadou por lo que éste les había cogido gran afecto. Mamadou se aproximo con
una gran sonrisa a la ventanilla y la señora Rodríguez la bajó, pero en lugar
de darle una moneda le pidió que subiera al coche.
–Por favor, es urgente que vengas
con nosotros, te lo recompensaré.
Tras pensarlo unos instantes,
Mamadou se montó en el coche. Le extrañó que no estuviera el señor Rodríguez.
Sí estaban los pequeños a los que Mamadou también saludó con una gran sonrisa,
pero éstos parecían preocupados al igual que la señora Rodríguez.
–¿Y el señor Rodríguez? –preguntó
Mamadou cuyo español después de casi diez años era bastante bueno.
–Mamadou, el señor Rodríguez está
muy enfermo. Los médicos dicen que va a morir.
–¡Oh! ¡Lo siento mucho! –contestó
perdiendo su perenne sonrisa.
–Necesitamos que tú lo operes.
–¿Qué? –preguntó sorprendido
Mamadou.
–Sí, por favor, tienes que
curarlo –dijeron los niños de los Rodríguez mientras abrazaban a Mamadou desde
el asiento de atrás.
–¡Pero si yo no sé nada de
medicina! –gritó Mamadou desconcertado mientras intentaba zafarse de los
pequeños.
–Confiamos en ti, se te ve tan
buena persona… Lo hemos hablado y eres la única persona en la que podemos
depositar nuestras esperanzas –dijo la señora Rodríguez mientras echaba el
cierre automático del coche para que Mamadou no pudiera escapar.
–¡Estáis locos, joder!
El coche llegó a una vivienda unifamiliar
con garaje. Hasta que la puerta del garaje no estuvo cerrada la señora
Rodríguez no dejó a Mamadou salir del vehículo. Éste salió corriendo y abrió la
primera puerta que se encontró, al otro lado estaba el salón donde el señor
Rodríguez yacía agonizante en el sofá.
–Mamadou… por fin has llegado… –dijo
de forma casi inaudible.
Mamadou quedó paralizado ante el
señor Rodríguez ocasión que aprovechó la señora Rodríguez para poner en su mano
un bisturí.
–Adelante Mamadou, hazlo –dijo.
Mamadou miraba alternativamente
al señor y la señora Rodríguez, sus caras suplicantes estaban a la vez llenas
de esperanza. Mamadou, con la frente encharcada en sudor aproximó el bisturí al
pecho descubierto del señor Rodríguez y no se detuvo ni cuando el señor
Rodríguez le pidió:
–Pero sonríeme mientras lo haces,
por favor, sonríeme mientras lo haces…
No hay comentarios:
Publicar un comentario