Nunca pude aprender a bailar sevillanas. El médico especialista en danza me dijo que posiblemente fuera un problema congénito y que no tuviera solución y por mucho que lo intentase, practicara o diera clases el resultado sería un desastre. Me hicieron otras pruebas, yo las pedí porque al fin y al cabo los médicos se pueden equivocar. Mi médico especialista en música afirmó que aunque mis gustos se alejaban bastante del folclore andaluz no había razón alguna en ese ámbito científico para que no pudiese bailar sevillanas. De hecho las pruebas de palmas demostraron que podía acompasarlas totalmente con la música con un grado desechable de variabilidad de más-menos 0,005. Por otra parte mi médico especialista en literatura aseguró que la repetitividad de las letras más que un obstáculo debería ser una facilidad más a la hora de bailar sevillanas. Para terminar mi médico especialista en moda me dijo que mi atuendo y apariencia no debían interferir en la danza pero que me sugería que llevara camisa, chaqueta y, a ser posible, corbata y que me dejase crecer las patillas.
Se me recetó para empezar un tratamiento suave para ver cómo reaccionaba: 1.500 ml de rebujito y chocos y pimientos fritos, vía oral, pero no dio resultado. Tras volver a la consulta optó mi médico esta vez por un tratamiento más agresivo recetándome 1.000 ml de manzanilla y plato de jamón y gambas, también vía oral. El resultado fue el mismo. Se incrementaron las dosis de manzanilla, se añadió fino y se eliminaron los alimentos para intentar provocar un choc alcohólico que llevase al bailoteo, pero el efecto fue inocuo (si atendemos meramente al tema establecido). Se confirmaron pues mis temores y el de mi médico especialista en danza y no hubo más remedio que amputar mis piernas.
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