jueves, 14 de abril de 2011

A (no es una historia real)

I

No recuerdo quién decía que todo en Sevilla es naranja. Pienso en eso mientras veo los árboles cargados de naranjas por el centro y una chica que no tiene pinta de guiri pero que se delata al hablarme me pregunta que si se pueden comer esas naranjas. Le digo que están amargas, que se usan para hacer mermelada que se vende al extranjero. Es probable que ya las haya tomado en confitura a la hora de desayunar cuando estaba en su país. Ella coge una naranja del árbol y me dice que la va a probar, que si quiero acompañarla. La pruebo por curiosidad, en 29 años nunca se me había ocurrido probarla, está amarga y ella se come el resto. Me sonríe dibujando una media luna o una media naranja.
Luego, cuando llego a casa, me entero que no es bueno comer las naranjas de Sevilla porque tienen mucho pesticida.


II

Todo en Sevilla es naranja, hasta el vino. Hay una tasca en Mateos Gago llamada “El Perejil” donde empezamos a quedar A y yo todos los viernes. Cuando llega el lunes ya estoy mirando el tiempo para saber si podremos quedar el siguiente viernes. Siempre llueve, nunca había llovido tanto en Sevilla, pero quedamos de todas formas. Lo que el vino de naranja ha unido que no lo separe un poco de lluvia y siendo ella inglesa no le va a asustar precisamente. Me gusta que me diga que tengo un sentido del humor muy inglés. Me gusta que se burle de mí, que me diga que soy un viejo aunque solo tenga cinco años más que ella. Me gusta que me diga que soy su compañero de bebida. Me gusta hacer un juego de palabras que nunca le he contado: compañera de bebida, compañera de mi vida.

III

A es morena, de ojos grandes castaño claro, casi verdes con el sol, boca pequeña cuando esta seria y enorme y reluciente cuando ríe. Entonces sus pecosos mofletes se ponen colorados. Es guapa pero mis amigos dicen que le sobran unos kilos, a mí me gusta abrazarla cuando ya estamos borrachos.
Su español ha mejorado lo suficiente como para poder usarlo para burlarse continuamente de mí. La primera vez que la llamé por teléfono no nos entendíamos, no sé como conseguí citarme con ella. Mientras pienso esto la he mirado demasiado fijamente, me saca la lengua, le enseño mi corazón. Perdón, mi dedo corazón.


IV

Mañana se va a Barcelona. La han despedido del trabajo y allí es más fácil conseguir otro. Dice que Sevilla es muy bonita pero no hay trabajo de traductora. Por la noche quedamos ella y mis amigos, que ya son también sus amigos. Somos tantos que apenas paso tiempo con ella. Muchos me preguntan si estoy bien porque no he probado ni gota de alcohol. Qué comprensivo soy dejándola marchar.
Cuando se despide les da a todos un beso menos a mí que me abraza y me dice que soy muy buen amigo. Tú también.
La cagaste. Pagafantas. Tres segundos en zona.


V

Estamos en un bar del Raval, en Barcelona, Azul. A se ríe y me toma fotos mientras me pruebo un gorrito que ha inventado con la servilleta.
-Pareces el Papa- me dice.
Me lo quito y le doy un golpe con él en su respingona nariz británica.
-¡Oh A!- suspiro.
Mañana me voy, he ido a verla el fin de semana porque, paseando por Sevilla, viendo los naranjos cargados de naranjas cargadas de pesticida, la echo muchísimo de menos.
-¡Oh A…!- repito.
-¿Te pasa algo?- ya no se ríe y se ha puesto pálida.
-Sí… se me está acabando la bebida. ¿Pedimos otra?

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