Siempre acabo perdiéndome en esta
maldita ciudad. Esto es, como todos ya habréis imaginado, por mi mal oído y mi
nulo sentido del ritmo. ¿Cómo era? Mira que llevo tiempo viviendo aquí, ¡pues
todavía no me he aprendido la puñetera melodía! Si tan solo pudiera recordar 3
o 4 notas por lo menos para orientarme y saber donde estoy…
¿Qué por qué no pregunto a
alguien? En primer lugar porque me da vergüenza, parezco tonto preguntando
cosas aparentemente tan sencillas para el resto de los mortales y, además, aunque
me tarareen dónde estoy o cómo llegar a mi casa luego acabo haciéndome un lio.
¿Era mi menor o mayor? ¿Después de sol iba la o do?
Y por si fuera poco eso también
están los silencios. Porque, de repente, en medio de la canción hay esas pausas
que interrumpen la melodía y cuya duración nunca consigo determinar. Mira que
he protestado veces al Ayuntamiento pidiendo que llenen esos vacios con notas y
a ser posible que tenga cierta armonía, pero ni caso. Cualquiera podría
tropezarse con ellos y hacerse daño. Lo más que conseguí es que me enviaran una cajita de música de la
ciudad. Pero no voy a ir por ahí con un mapa, ¡ni que fuera yo guiri! Y hasta
ellos se orientan mejor que yo.
Fue en uno de esos silencios
cuando se me acercó ella en tímidos pasos, me sonrió y me dijo:
-Perdona, ¿sabes dónde queda la
catedral?
¿La catedral? ¿No sabía volver a
mi casa y quería que le tararease como llegar a la catedral? Hice lo que
cualquiera haría en estos casos, me inventé una estúpida cancioncilla. No podía
quedar en ridículo delante de una mujer con semejantes curvas, sobre todo por
la curva que dibujaba su boca.
La seguí, sí, me puse a silbar la
melodía y llegue hasta donde la había llevado. Era un bar, en realidad ni
siquiera me había inventado la canción, era el bar donde solía ir siempre y, torpe
de mí, no me había dado cuenta. Ya decía yo que no me había costado nada seguirla.
En seguida me vio y se puso a hablar conmigo. No tuve más remedio que
reconocerlo:
-Mira, es que soy malísimo para
orientarme por la ciudad. No tengo oído musical.
-No pasa nada, me gusta este bar.
La verdad es que lo sospeché desde un principio, la canción que me dijiste no
sanaba nada religiosa –me confesó riendo.
Tomamos algunas cervezas, luego
unas copas… y ya se sabe qué pasa cuando se hacen estas cosas, que uno acaba
con los cantos regionales y éstos nos llevaron al casco antiguo, a las tascas
más tradicionales y con más solera de la ciudad y a… sí, lo habéis adivinado,
sidrerías. No sé cómo, cuándo o dónde recordé la melodía para llegar a mi casa,
pero lo hice. Me despedí de Cecilia (que así se llamaba ella) con un dulce beso
con el cual me agradeció que le llevase a visitar tantos sitios. Quedamos en
volver a vernos en el mismo silencio un día de estos si es que soy capaz de
llegar.
-Si no fue bonito mientas duró –me
dijo.
A las 5 de la madrugada me
encontraba tratando sin éxito introducir la llave de mi casa en la cerradura. A
veces pienso que también debería haber una canción para eso, que sería mucho
más fácil si con recordar una melodía se abrieran puertas, se encontrasen los
pares de los calcetines extraviados o se conquistase el corazón de las mujeres.
Precisamente mi mujer me espera
detrás de la puerta. A ver cómo le explico yo por qué llego a estas horas si
solo salí a comprar el pan para pa pa pan pa…
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