lunes, 14 de octubre de 2013

La cita

Héctor se dirigió a una de las mesas de la terraza al son de la música chill out y se sentó con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco que pudiera hacer que sus tremendos músculos rompieran la camisa blanca que se ceñía a su cuerpo y acomodando previamente su paquete para que no fuera constreñido por su también ajustados vaqueros. En breves minutos llegaría Sonia, la chica más caliente que había conocido en la página de contactos. Un bombón de veinte añitos que Héctor pensaba beneficiarse sin apenas esfuerzo gracias a su cuerpo trabajado en horas y horas de gimnasio, sus ojos azules, su sonrisa profindent y su pelo cuidadosamente despeinado. 

Héctor metió la mano en su bolsillo y, no sin esfuerzo, sacó el móvil para comprobarla hora y ver si casualmente alguna de sus admiradoras le había enviado un mensaje. Volvió a guardar el móvil, no sin esfuerzo, al no tener ningún mensaje y volvió a sacarlo, no sin esfuerzo, porque se le había olvidado mirar la hora. Al parecer la puntualidad no era una de las virtudes de Sonia, pero esperaba encontrar en ella algunas otras más placenteras*. 

Héctor miró a su alrededor porque pensaba que si Sonia tardaba un poco igual podía conseguir el número de alguna chica de proporciones interesantes mientras tanto, y se dio cuenta de que uno de los clientes de la terraza era un cura cincuentón con su sotana y todo que se encontraba apoyado en la barra. Su reacción fue la de no extrañarse lo más mínimo pues los porteros habían bajado el listón mucho últimamente (ya se sabe, la crisis) y empezar a sentirse incómodo. No porque pensara que estuviera haciendo algo moralmente reprochable ante los ojos de Dios que eso al fin y al cabo le daba igual, sino porque el cura, muy disimuladamente, no dejaba de mirarlo entre sorbo y sorbo de su copa de vino. 

Héctor intentó concentrarse en otra cosa y encontró oportuno el escote de la camarera, pero el cura sin dejar su copa de vino se acercó tímidamente a la mesa donde estaba. 

-¡Hola! Perdona que te moleste, verás… 

-Lo siento no tengo tiempo para sermones, estoy esperando a una chica. 

-Lo sé, es precisamente de eso de lo que quería hablarte. 

Por un momento Héctor pensó que la chica se había arrepentido. Le dijo que tenía novio así que probablemente sintió remordimientos, fue a confesarse y esta era la consecuencia… 

-¿Sonia ha hablado con usted? 

-Héctor, Sonia… Soy yo. 

El silencio duró aproximadamente unos 23 segundos y 7 décimas hasta que Héctor sin cambiar su expresión de sorpresa lo rompió con un: 

-¿Cómo dice? 

-Que yo soy Sonia. 

 -¿Pero se ha vuelto loco? Sonia no es cura, tiene veinte años y, lo más importante, ¡es una mujer! 

-Bueno, todo el mundo miente un poco por internet. 

-¡Joder! ¿Un poco? ¿Un poco? 

-Admite que si te hubiera dicho que era un cura de cincuenta y siete años no habrías aceptado tener una cita conmigo y ahora, fíjate, estamos disfrutando de una preciosa velada. Por cierto, mi verdadero nombre es Agustín –dijo cogiendo de la mano a Héctor. 

-¡Maldito cura marica! –contestó Héctor levantándose de cómo un resorte y desagarrando de esa manera su preciosa camisa nueva. 

-Vamos, vamos, no hace falta que montes un escándalo cariño. Además, cuando chateamos, te di bastantes pistas. Otra cosa es que tú no supieras interpretarlas. 

-¿Pistas? ¿Qué pistas? –preguntó Héctor fuera de sí. 

-Pues por ejemplo recuerdo una vez que te dije que el amor todo lo CURA y también están mis exclamaciones de “Dios mío” cada vez que hablabas de alguna parte de tu anatomía. 

-Debería darle vergüenza engañar así a la gente siendo cura. ¿No se supone que está casado con Dios? 

-¿Y no es eso bonito? O sea, estoy poniéndoselos a Dios contigo y vas y te ofendes. ¿Acaso no te daba morbo eso de poner cuernos? Se los pondrías nada más y nada menos que a Dios. 

-Bueno… Visto de ese modo… -dijo Héctor pensativo. 

-¡Pues claro! ¡Ya verás lo bien que lo vamos a pasar! Qué ganas de disfrutar de esos 185 centímetros de puro músculo…

-En realidad mido 1,83. 

 -¿Qué? 

-Que te dije 1’85 por redondear. 

-¡Pero serás mentiroso cabrón! –dijo Agustín tirándole la copa de vino en la cara. 

Y resulta que el vino que no era de muy buena calidad hizo una reacción extraña con la crema hidratante que Héctor se había echado poco antes de salir, comportándose dicha mezcla como si un acido corrosivo se tratara y así Héctor pudo aparecer en la tele (otro de sus grandes deseos), concretamente en el programa “Mil maneras de morir”. Pero se lo merecía. Por mentiroso. 


*Eso sí que sería gracioso, ¿no? Obtener placer con la puntualidad. Llegar a tener orgasmos cuando alguien llegue a su hora.
 

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