Juan y Paula se bajaron del coche,
pagaron 50 céntimos al gorrilla y se dirigieron al restaurante:
-¡Qué contenta estoy de poder conocer
a la novia de Roberto! -dijo Paula agarrándose del brazo de Juan.
-Sí, se le ve tan ilusionado por
teléfono... bueno, quiero decir, verse no se puede ver por
teléfono... en fin, ya me entiendes. ¿Cómo se llamaba la
chica?-contestó Juan.
-María. Yo creo que está va a ser por
fin la buena. ¡María y Roberto! ¡Suena tan bien!
-Sí, ya me estoy imaginando las
invitaciones de boda... si es que quieren casarse claro, Roberto creo
que no es de ese tipo de persona, nunca se ha casado... aunque bueno,
no tiene nada que ver, acaba de cumplir treinta años, no le ha dado
tiempo casi de casarse. Casi casarse... no sé si esa expresión es
demasiado adecuada...
-La verdad Juan, a veces te lias de una
manera... -rió Paula.
Cuando llegaron al restaurante Roberto
estaba esperando en la puerta junto a una chica. A medida que Juan y
Paula se fueron acercando la cara de Juan fue pasando paulatinamente
de la alegría a la mas absoluta incredulidad.
-¡Hola! Os presento a María. María
ellos son Juan y Paula, mis mejores amigos... ¿qué te pasa Juan?
¿Te encuentras bien? -preguntó Roberto al comprobar la palidez de
su amigo.
-¡Oh! ¡Vamos Juan! Diselo, no pasa
nada -dijo María.
-¿Qué? -reaccionó por fin Juan-
se... ¿se lo digo?
-Pero, ¿cómo? ¿Os conocéis? -dijo
Paula.
-Sí, Juan y yo eramos buenos amigos en
el instituto, ¿verdad Juan? -dijo María guiñándole un ojo a Juan.
-Si... ¡Si, claro! Buenos amigos, sí,
eso eramos, nada más ¿eh? ¡Solo amigos!
-¡Qué casualidad! -dijo Roberto.
La cena transcurrió placidamente y los
comensales charlaron animadamente, todos excepto Juan que permanecía
extrañamente silencioso.
-¿Te pasa algo Juan? -preguntó su
novia-. Estás muy callado
-Sí, no me pasa nada, es solo que
estoy algo cansado y... bueno, también tengo que ir al baño, sí,
es eso...
-¿Y por qué no vas? Estás como
atontado hijo.
-¡Ah! Sí, claro... -dijo levantándose
por fin.
-Yo también voy al baño -dijo María.
Los baños estaban fuera del alcance de
visión de la mesa donde estaban sentados sus parejas, por lo que
María supuso que era un buen momento para hablar.
-Espera Juan, no entres todavia.
-El baño de mujeres está libre
también...-contestó Juan.
-No, no es eso... ¿Sabes? Desde que te
he visto se han despertado en mí unos sentimientos que ya creía
encerrados bajo llave y enterrados a mil kilómetros de profundidad
-dijo María pasándole a Juan juguetonamente la mano por su pecho.
Juan agarró su mano:
-No María, esto no puede ser.
-Vamos Juan, ¿es que ya no te gusto?
-Vale, no voy a negar que sigues igual
de guapa que siempre, excepto por esas arrugitas que te han salido al
lado de los ojos, que te hacen mas madura e interesante. Y sí,
sigues oliendo igual de bien, ese olor que siempre me volvió loco
y... mrrpppff mmmmff... Está bien, ya veo que tus besos no han
perdido ni un ápice de pasión.
-¡Oh, Juan! Tu cháchara siempre me
puso a mil.
-Y por qué, por qué te fuiste sin dar
ni una explicación, podías al menos haberme mandado una carta. O un
e-mail, ya por aquella época empezaba a funcionar internet. ¿Y qué
me dices del teléfono? ¿Eh? ¿Qué me dices de los telegramas?
Joder, algo. Dime.
-Juan... Es todo tan complicado... Pero
fíjate, el destino nos ha vuelto a unir y ahora nunca, nunca, nunca,
jamas nos separaremos.
-Bueno, mientras entro al baño...
-Vale, pero cuando salagas aquí
estaré. He madurado Juan, ahora sí puedes confiar en mí.
Cuando Juan salió de baño María ya
no estaba.
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