martes, 31 de enero de 2012

En busca de reconocimiento

El subinspector Sánchez se acercó a mi mesa lentamente. Pareciera que quisiera darse importancia pero, dada su opulencia, estaba prácticamente seguro de que no podía hacerlo más rápido. Por fin me alcanzó y puso su enorme manaza en mi hombro, me encogí de dolor y por miedo a que de nuevo me pidiera dinero:
-Muchacho, tengo buenas noticias. Volvemos a trabajar en un caso y parece ser que estamos ante algo gordo de verdad.
-Qué suerte… -logré balbucear.
-El teniente… el teniente… ¡Demonios! Nunca consigo recordar su nombre…
-Se llama igual que usted.
-¡Ah! ¡Eso! Nos espera en su despacho en quince minutos.
No se podría decir que me ilusionase especialmente trabajar de nuevo con el subinspector Sánchez, de hecho empezaba a pensar que era la oveja negra más incompetente de todo el cuerpo de policía y siempre parecía más interesado en el prestigio, el dinero y en dejarme en ridículo a la mínima oportunidad que en resolver el caso. Era una persona sucia y maloliente, sin un gramo de inteligencia en el cerebro y tremendamente egoísta, aunque todas estas cualidades me recordaban a mi madre, lo cual hacía que le tuviera un cariño especial.
Cuando llegué al despacho del teniente, el subinspector Sánchez ya estaba sentado y parecía impaciente mirando el reloj. Llamé a la puerta de cristal y el teniente me indicó con la mano que pasara.
-Llevamos un rato esperándole –dijo el teniente.
-Me dijo el subinspector…
-Te dije que vinieras de inmediato, que era algo urgente que no podía esperar –me interrumpió el subinspector.
-Bueno, ya tendremos tiempo de hablar de eso, ahora siéntese –dijo el teniente-. El asunto que quiero encomendaros es muy importante y de suma gravedad, me refiero al caso de los asesinatos de escritores.
-¿Los asesinatos de escritores? –pregunté como un tonto.
-Jiménez, ¿es que no lee los periódicos? –dijo el subinspector mientras arrojaba uno encima de la mesa. Intenté ojearlo para ponerme al día, pero no encontré ninguna noticia relacionada.
-¿Quiere dejar de leer y prestar atención? –dijo el teniente quitándome el Marca de la mano-. Me refiero a los recientes asesinatos de… bueno, en realidad ni siquiera son escritores, son aprendices de escritores. Todos los asesinados estaban en un curso de “Escuela de escritores”, una empresa que se dedica a robarles los cuartos a unos cuantos ingenuos con pretensiones de escritor a cambio de un par de consejos.
-¡Serán pardillos! –dijo riéndose el subinspector a carcajadas.
-¿Y los han matado a todos? ¿Cuántos eran? –pregunté.
-Eran quince, pero hay uno que ha sobrevivido al brutal ataque del presunto asesino, un tal Zacarías Lara Peláez –contestó el teniente-. Jura y perjura que la asesina es la profesora, Isabel Cañelles, que, en una crisis creativa, decidió robar el talento de sus alumnos matándolos y arrebatándoles toda su obra.
-Si es así caso resuelto ¿no? ¡Descorchemos el champan! ¡Otro caso felizmente resuelto por el subinspector Sánchez! –gritó eufórico el subinspector levantándose de la silla mientras ofrecía su mano al teniente.
El teniente no se inmutó y prosiguió hablando mientras la sonrisa del subinspector se transformaba en una triste mueca. Finalmente volvió a sentarse.
-No es tan fácil. Los resultados de los médicos forenses determinan que a Zacarías Lara no le atacó nadie. Las lesiones se las causó él mismo. ¿Por qué? No lo sabemos. Eso es lo que os tenéis que encargar de averiguar. ¡No la caguéis! Sé que sois lo más inútil y torpe de toda la comisaría pero no tenemos a nadie mas disponible. El resto del personal está investigando el tema de las descargas ilegales.
Salimos del despacho no sin que antes el teniente me amonestara con un día de sueldo por llegar tarde. El subinspector Sánchez decidió dividir el trabajo: yo me encargaría de leer los resultados forenses, investigar el historial de Zacarías Lara, aparte de leer todos los ejercicios de los alumnos de la escuela en busca de alguna pista, mientras que el subinspector iría a almorzar.
-¿Podría traerme algo para mí?
-Usted a lo suyo Jiménez, que yo ya tengo bastante con lo mío –contestó mientras se marchaba.
Durante las siguientes horas estuve leyendo sin parar los cuentos de esos principiantes en el mundo de la literatura. Aunque no entiendo mucho y de hecho no había vuelto a leer nada desde “El libro gordo de Petete” (no volví a leer nada más porque después de leer esa obra maestra de la literatura no quería llevarme una mala impresión del resto de libros), he de reconocer que en esa clase había mucho talento, pero ese Zacarías… en cuanto lo leí me imaginé lo que había ocurrido. Sin embargo me guardé la información y no le conté nada al subinspector. Por esta vez era yo el que se pondría las medallas.
A la mañana siguiente fuimos al hospital donde Zacarías seguía convaleciente por sus heridas.
-¿Sabe lo que me gusta de los hospitales, Jiménez? –dijo el subinspector Sánchez mientras entrábamos por la puerta del hospital.
-No.
-La cafetería. Suele tener muy buen precio y se come bien. ¿Qué le parece si tomamos algo antes de interrogar a ese tipo? No es bueno trabajar con el estómago vacío.
-Pero subinspector, si acabamos de desayunar. Además el teniente insistió en que no tardáramos mucho en llevarle el informe.
-Vamos Jiménez, no me seas meapilas. Si los informes esos los haces tú en un plis plas.
-Pensaba que lo haríamos entre los dos…
Cinco minutos después estábamos frente a un plato de churros. Mientras reflexionaba en cómo afrontar el interrogatorio a Zacarías el subinspector Sánchez mojaba los churros desparramando el café en el plato. Comía como un cerdo y algunas gotitas del café también resbalaban por su perilla.
-¿No quieres churros? Están de muerte.
-No, gracias.
-¿Sabes lo que también está de muerte? –me preguntó el subinspector bajando la voz.
-¿El qué?
-Las enfermeras. Fíjate en esa –dijo señalando descaradamente a una enfermera de irresistibles curvas.
-Subinspector, por favor, compórtese.
-¿Sabes? Cuando yo tenía tu edad me encargaron vigilar a un narcotraficante en este mismo hospital. Hay un código secreto entre los policías y las enfermeras, una conexión especial que nos avoca al sexo, la lujuria y el desenfreno. Eso es porque ambos llevamos uniformes.
-Ah. ¿Y qué pasó con el narcotraficante? –contesté intentando desviar la conversación.
-Escapó. ¿Pero qué importa eso? Había una rubita recién salida de la facultad que hacía unas… -dijo mientras se introducía lascivamente un churro en la boca.
-¡Subinspector!
-Jiménez, no me seas mojigato –dijo mordiendo el churro y poniéndolo todo de nuevo perdido.
Después de un segundo plato de churros que me tocó pagar porque el subinspector olvidó su cartera en la comisaría, por fin subimos a la habitación de Zacarías. El testigo yacía sobre la cama articulada de la habitación 101 del hospital. El subinspector Sánchez ignoró completamente el aparente plácido sueño del aprendiz de escritor y enseñando su placa dijo:
-¡Alto, Policía!
Zacarías dio un respingo del susto y se limpió la baba que colgaba de la comisura de sus labios.
-¿Qué…? ¿Cuándo…? ¿Cómo…? ¿Quiénes son ustedes?
-Soy el subinspector Sánchez de la policía y este de aquí –dijo señalándome con el pulgar- es Jiménez. La verdad es que ignoro que cargo tiene.
-Soy…
-¡Cállate Jiménez! Nadie te ha preguntado.
-¿El subinspector Sánchez y Jiménez? ¿De qué me suena eso? –dijo Zacarías.
-Bien, es usted Zacarías Lara Peláez, ¿no es cierto? -preguntó el subinspector.
-Sí, así es.
-Cuéntenos qué es lo que pasó. ¿Quién le hizo eso?
-Pues fue ayer –comenzó a explicar Zacarías-, acababa de volver del zoológico. Fui para ver a los cocodrilos.
-¿Cocodrilos?
-Sí, no sé muy bien por qué, pero al parecer son superimportantes para ser escritor.
El subinspector y yo nos miramos a la vez.
-Está bien… continúe.
-Cuando volví a mi casa, allí estaba ella, esperándome en el portal con un cuchillo.
-¿Quién?
-¡Mi profesora! ¡Isabel Cañelles! Trató de matarme con un cuchillo como hizo con el resto de mis compañeros, pero por suerte no alcanzó ningún órgano vital. Nos tiene envidia porque somos grandes escritores y siente amenazado su estatus de escritora.
-Bien, si me permite me gustaría preguntarle algo –dije al subinspector.
-Adelante Jiménez, siempre he estado a favor de que otros hicieran el trabajo por mí.
-Zacarías, ¿sería usted capaz de decirme qué llevaba Isabel Cañelles cuando le atacó?
-Sí, claro… Ummm… Veamos… Llevaba… Es que no lo tengo muy claro, seguramente por el trauma que me ha causado.
-¡Aha! ¡Miente! –grité- ¡Es usted el asesino!
-¿Yo? ¡Ni hablar!
-Le he pillado, la historia de que le atacaron no se sostiene por ningún lado, como todo lo que usted escribe. Para empezar los informes médicos dicen que usted se autolesionó, por otra parte tenemos que sea incapaz de hacer una descripción medianamente decente, ha sido usted incapaz siquiera de realizar un esbozo de mi aspecto físico en esta historia. Está claro, ¡el envidioso es usted! Y por eso mató a sus compañeros.
-Pe… pero –balbuceó Zacarías.
-¡Bravo Jiménez! Ya era hora de que le leyeran las cuarenta a este escritorzuelo –dijo el subinspector.
Zacarías estaba a punto de derrumbarse pero cuando parecía que por fin iba a confesar una enfermera rubia de mediana edad con la bandeja de la comida. En cuanto vio al subinspector Sánchez se le cayó la bandeja al suelo.
-¡Eres tú! –dijo llevándose la mano a la boca.
-¿Vanesa?
-La misma.
-Vaya, si que has engordado.
-¿Qué dices? ¿Pero tú te has visto? Te he estado buscando durante años, ¿dónde te metiste?
-Je,je, ¿tanto impacto causé en ti? – dijo el subinspector guiñándome un ojo.
-Que impacto ni gaitas, me dejaste embarazada.
-¿Qué?
-Lo que oyes.
-Imposible… sólo lo hicimos una vez y un médico me dijo una vez que mi esperma no era muy eficiente que digamos.
-Pues parece que había un espermatozoide que si lo era.
-¡Qué no! ¡Qué no! Pudo ser cualquier otro de los que te tirabas.
-¿Qué? ¿Crees que me voy acostando por ahí con cualquier hombre de uniforme?
-Sí…
-¡Serás cabrón! –gritó Vanessa y cogiendo la bandeja de la comida la arrojó con todas sus fuerzas hacía el subinspector.
Nunca vi a un hombre tan gordo agacharse tan deprisa y la bandeja impactó contra mi cabeza dejándome inconsciente.
Sin embargo pude pensar. Todo llevaba hacía un mismo punto. Yo quería resolver el caso por reconocimiento, Vanesa lo único que quería es que el subinspector Sánchez reconociera a su hijo. Entonces lo vi claro. No fue él. Sí, Zacarías se autolesionó, pero solo lo hizo por reconocimiento. Quería ser igual de bueno que sus compañeros y si alguien los mató por ser buenos escritores él no podía ser menos. Es más, ¿y si Zacarías no fuese tan mal escritor y el asesino, por envidia, mató a todos sus compañeros para hacerle creer a él que era un mal escritor?
Cuando los doctores me reanimaron y pude volver a andar sin chocarme contra las paredes volvimos a la comisaría. Redacté mis conclusiones en el informe y quedé muy satisfecho por haber resuelto el caso. Estaba a punto de firmarlo cuando el subinspector se acercó de nuevo a mi mesa.
-¿Cómo va eso, chico?
-Ya he terminado.
-¿De verdad piensas que él no lo hizo?
-Estoy convencido subinspector.
No me importó que el subinspector me arrebatara el informe y lo firmase él. Al fin y al cabo si algo había aprendido en este caso es que el reconocimiento no es tan bueno como lo pintan y, además, el subinspector iba a necesitar más que yo el ascenso después de la pensión de alimentos que le iba a imponer el juez.

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