Un hombre entra a una farmacia.
CLIENTE: Buenas tardes.
FARMACÉUTICO: Buenas tardes, en qué puedo ayudarle.
C: Venía por un medicamento para suicidarme.
F: ¿Tiene usted receta?
C: Sí.
El cliente le entrega la tarjeta de la Seguridad Social al farmacéutico y este la introduce en la maquina.
F: Veamos, aquí está, suicidamida… También está el protector de estomago, se lo doy.
C: Mmmmm, no. No creo que me haga falta después de suicidarme.
El farmacéutico entra en el almacén para traerle las pastillas al suicida y éste aprovecha para robar cajas de condones. Se guarda tantos que el jersey le abulta mucho y el farmacéutico, cuando llega se da cuenta.
F: Eh… Oiga… ¿Qué lleva ahí?
C: Nada, nada…
Algunas cajas de condones se escapan de su ropa y caen al suelo.
F: Debería darle vergüenza, robar a un pobre farmacéutico de clase media.
C: (derrumbándose) ¡Lo sé, discúlpeme! Es por eso que me suicido, ¡soy adicto al sexo!
F: ¡Y cleptómano!
C: (llorando) Y cleptómano, sí.
F: Y un poco fantasma porque es imposible que gaste tantos condones y los ha cogido de la talla grande.
C: ¡Ay que me han pillao! ¡Voy a ir a la cárcel! ¡Que desgraciaito soy!
F: Bueno, bueno, no se ponga así. ¿Sabe que haremos? Devuélvame los preservativos y yo no le denunciaré a la policía.
C: (parando de llorar de repente) ¿Qué? Ni hablar. Los necesito.
F: Pues tendrá que pagarlos.
C: Dinero no tengo… Pero puedo pagarle en preservativos si quiere. Tengo muchos.
F: Está bien.
El cliente deja todo los preservativos en el mostrador.
C: (marchándose) Bueno, me voy. Hasta más ver.
F: Gracias y hasta otra. ¡Ah! ¡Se le olvida la suicidamida!
El farmacéutico saca una pistola y le dispara, muriendo el cliente en el acto.
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