Pensaba que iba a ser una noche más en el bar de Jimy pero el destino me esperaba en su mugrienta barra. Puede que no fuese el establecimiento más limpio de la ciudad, no obstante pocos podían competir con el precio de sus copas, así que me senté en el taburete de madera de abedul que tenía mi nombre. El bullicio apuntaba a que esa noche no era una noche corriente: hoy había futbol. Intenté ignorar ese hecho de la única forma que sabía hacerlo.
-Jimy, ponme un whisky doble, etiqueta roja.
-¡Marchando!
Delante del televisor un grupo de garrulos, atiborrándose de cerveza y ataviados con las bufandas de su equipo, esperaban ansiosos, entre gritos, a que soltaran al pulpo. Como anunciaba la pantalla, era un momento especial ya que estábamos ante el decimoséptimo descendente del pulpo Paul. En el momento en que lo sacaron de la jaula gente empezó a jalear hasta que Paul XVII alcanzó una de las banderas con gran decisión.
-¡Gooooooooooooooool! –gritaron todos al unísono entre abrazos.
Justo a continuación empezó el partido, un mero trámite, el puto pulpo ya había decidido el resultado. Desde hacía años ponerse a ver el partido era como ver una jodida actuación del pulpo en diferido, por eso la gente dejó de prestar atención a la pantalla cuando sacaron de centro.
-Puto cefalópodo… –se me escapó en voz alta.
Un tipo borracho pidiendo otra cerveza a mi lado me miró. Normalmente el bar de Jimy es lo suficientemente oscuro para que nadie me reconozca, pero esa noche con la tele encendida la cosa era diferente.
-¡Eh! ¡Oiga! Usted es…
Sin contestar ajusté la gorra que me tapaba un poco el rostro y volví a mi Johnny Walker con hielo.
-No disimule, ¡usted es “Boquerón” Montero! Todavía está jodido por culpa del pulpo ¿eh? –dijo dándome un golpe con su hombro.
-No sé de qué está hablando –contesté secamente.
-Vamos amigo, ¿por qué no se toma una cerveza con nosotros mientras celebramos la victoria de nuestro equipo? –dijo rodeándome la espalda con el brazo.
Le agarré de las solapas de su camisa y en voz baja le dije:
-Escúchame. Yo no soy tu amigo, no sé quién es ese “Boquerón” y no me gusta que me toquen. ¿Entendido?
-¡Eh tú! Tranquilo o te tendré que echar –dijo Jimy, que se había percatado de la situación, desde detrás de la barra-. Y tú, no te equivoques, este no es “Boquerón” Montero, qué más quisiera él. ¿Tú crees que “Boquerón” vendría a tomar algo a este bar? Por mucho que me duela reconocerlo…
-Tienes razón –dijo el hincha borracho tras pensarlo unos instantes-, perdona por la confusión, pero tampoco te tenías que poner así, capullo.
-¡Basta! –gritó Jimy- Tengamos la fiesta en paz.
-Por mí no hay problema –dije y volví a mi whisky.
Creí que había esquivado por una vez al destino pero… ¡qué equivocado estaba!. A los pocos segundos del incidente otro tipo que estaba sentado al otro lado de la barra se acercó a mí y me dijo en voz baja.
-Oiga, a mí me lo puede decir.
-¿Decirle el qué?
-Que es usted “Boquerón” Montero.
Mire a Jimy y éste me dijo:
-Tranquilo, es un cliente de confianza.
-Está bien, sí lo soy –admití por fin tras pegarle un buen trago a la copa.
-Me llamo Manuel y le vengo observando desde que llegó –dijo tendiéndome la mano-, yo era un gran admirador suyo.
-Pensé que después de diez años de haber dejado el futbol la gente se habría olvidado de mí.
-Cómo olvidar sus goles, los títulos y… por qué no decirlo, la forma en la que se retiró.
-La prensa lo contó la historia como le dio la gana. No se crea ni la mitad.
-¿Y por qué no se la cuentas tú? –dijo Jimy mientras fregaba unos vasos.
-No me apetece.
-¡Oh! ¡Vamos! Me encantaría oír esa historia de parte de su protagonista –insistió Manuel.
Ambos me miraron mientras me hacía el loco y daba otro buche a mi whisky.
-Si se la cuentas invita la casa –dijo Jimy.
-Allá voy -dije-. No me cuesta admitirlo: odio el futbol. Lo odio con toda mi alma y el origen de ese odio está muy claro: el puto pulpo Paul y toda su jodida descendencia. Porque, reconozcámoslo, al principio hacía gracia eso que el pulpo acertase el resultado de todos los partidos de futbol pero cuando llevaba, no sé, ¿500 partidos acertados?, la cosa se puso seria. La gente empezó a pensar que el futbol estaba amañado y otros mientras tanto consideraban a Paul una especie de Dios. Pero bueno, esa es otra historia. Todo iba más o menos bien cuando el pulpo elegía a mi equipo como ganador, la cosa era un poco aburrida pero ganábamos siempre y me sobraba el dinero. Era una vida fácil. Como ganadores pensábamos que simplemente el pulpo acertaba lo que iba a pasar, no que prefijase un destino. Nos elegía porque éramos los mejores, sin más. Pero llegó aquel partido…
-Y el pulpo dijo que ibais a palmar –se adelantó Manuel.
-Sí, precisamente en la gran final, contra un equipo ante el que éramos claramente favoritos. Yo me tomé la elección del pulpo como un acicate, una forma de demostrar que lo del pulpo era una chorrada, si prefiere verlo desde un punto de vista romántico, una lucha contra el destino. La cosa no fue nada bien, durante la semana nuestros mejores jugadores se fueron lesionando uno a uno y, para colmo, el día anterior del partido falleció mi padre.
-¡Coño con el pulpo!
-Quiero pensar que el pulpo no tuvo nada que ver, al fin y al cabo mi padre murió de cirrosis. El caso es que estuve a punto de renunciar a jugar el partido pero finalmente decidí jugar a pesar de haber perdido a mi progenitor hacía unas horas escasas. Seguíamos siendo favoritos aunque hubiéramos perdido a muchos jugadores ya que, no nos vamos a engañar, yo seguía siendo el mejor jugador de la liga de largo. El caso es que el partido fue más competido de lo que cabría esperar y las oportunidades escasearon. Yo no dejaba de pensar en mi padre y en que quería dedicarle la victoria y que quería marcar un gol para dedicárselo a la puta madre del pulpo. En el último minuto, con empate a cero, Renatinho metió un pase que me dejó solo delante del portero, lo drible con un sutil toque de pelota y me planté delante de la portería vacía. Un simple toque dejaría en evidencia al pulpo y a todos los que creían en él, dejaría claro que el destino no está escrito, que todos podemos decidir por nosotros mismos y conseguir lo que nos propusiéramos. Era, en mi opinión, un momento cumbre de la humanidad… pero fallé. Increíblemente fallé con la portería vacía y el balón se fue fuera. Nunca me ocurrió nada igual. Luego vinieron la tanda de penaltis donde perdimos fallándolos todos, los homenajes al pulpo y mi retirada definitiva del futbol. No tenía sentido seguir en algo en donde en unos años la gente se preguntaría por qué se llama futbol a un deporte en el que un pulpo elige una bandera.
-Entiendo –dijo Manuel-. Por cierto, hablando de destino, aquí tiene mi tarjeta. Me gustaría que mañana mismo pasara usted por mi consulta.
-¿A su consulta? ¿Para qué?
-No solo me fijé en un usted porque me recordara a “Boquerón” Montero. Tiene usted signos en su piel que indican que padece la misma enfermedad por la que falleció su padre. Le recomiendo que deje ese Whisky. Le veo mañana.
El Doctor Manuel Rodríguez Gallego pagó su cuenta a Jimy y se fue.
-Jimy, ponme un whisky doble, etiqueta roja.
-¡Marchando!
Delante del televisor un grupo de garrulos, atiborrándose de cerveza y ataviados con las bufandas de su equipo, esperaban ansiosos, entre gritos, a que soltaran al pulpo. Como anunciaba la pantalla, era un momento especial ya que estábamos ante el decimoséptimo descendente del pulpo Paul. En el momento en que lo sacaron de la jaula gente empezó a jalear hasta que Paul XVII alcanzó una de las banderas con gran decisión.
-¡Gooooooooooooooool! –gritaron todos al unísono entre abrazos.
Justo a continuación empezó el partido, un mero trámite, el puto pulpo ya había decidido el resultado. Desde hacía años ponerse a ver el partido era como ver una jodida actuación del pulpo en diferido, por eso la gente dejó de prestar atención a la pantalla cuando sacaron de centro.
-Puto cefalópodo… –se me escapó en voz alta.
Un tipo borracho pidiendo otra cerveza a mi lado me miró. Normalmente el bar de Jimy es lo suficientemente oscuro para que nadie me reconozca, pero esa noche con la tele encendida la cosa era diferente.
-¡Eh! ¡Oiga! Usted es…
Sin contestar ajusté la gorra que me tapaba un poco el rostro y volví a mi Johnny Walker con hielo.
-No disimule, ¡usted es “Boquerón” Montero! Todavía está jodido por culpa del pulpo ¿eh? –dijo dándome un golpe con su hombro.
-No sé de qué está hablando –contesté secamente.
-Vamos amigo, ¿por qué no se toma una cerveza con nosotros mientras celebramos la victoria de nuestro equipo? –dijo rodeándome la espalda con el brazo.
Le agarré de las solapas de su camisa y en voz baja le dije:
-Escúchame. Yo no soy tu amigo, no sé quién es ese “Boquerón” y no me gusta que me toquen. ¿Entendido?
-¡Eh tú! Tranquilo o te tendré que echar –dijo Jimy, que se había percatado de la situación, desde detrás de la barra-. Y tú, no te equivoques, este no es “Boquerón” Montero, qué más quisiera él. ¿Tú crees que “Boquerón” vendría a tomar algo a este bar? Por mucho que me duela reconocerlo…
-Tienes razón –dijo el hincha borracho tras pensarlo unos instantes-, perdona por la confusión, pero tampoco te tenías que poner así, capullo.
-¡Basta! –gritó Jimy- Tengamos la fiesta en paz.
-Por mí no hay problema –dije y volví a mi whisky.
Creí que había esquivado por una vez al destino pero… ¡qué equivocado estaba!. A los pocos segundos del incidente otro tipo que estaba sentado al otro lado de la barra se acercó a mí y me dijo en voz baja.
-Oiga, a mí me lo puede decir.
-¿Decirle el qué?
-Que es usted “Boquerón” Montero.
Mire a Jimy y éste me dijo:
-Tranquilo, es un cliente de confianza.
-Está bien, sí lo soy –admití por fin tras pegarle un buen trago a la copa.
-Me llamo Manuel y le vengo observando desde que llegó –dijo tendiéndome la mano-, yo era un gran admirador suyo.
-Pensé que después de diez años de haber dejado el futbol la gente se habría olvidado de mí.
-Cómo olvidar sus goles, los títulos y… por qué no decirlo, la forma en la que se retiró.
-La prensa lo contó la historia como le dio la gana. No se crea ni la mitad.
-¿Y por qué no se la cuentas tú? –dijo Jimy mientras fregaba unos vasos.
-No me apetece.
-¡Oh! ¡Vamos! Me encantaría oír esa historia de parte de su protagonista –insistió Manuel.
Ambos me miraron mientras me hacía el loco y daba otro buche a mi whisky.
-Si se la cuentas invita la casa –dijo Jimy.
-Allá voy -dije-. No me cuesta admitirlo: odio el futbol. Lo odio con toda mi alma y el origen de ese odio está muy claro: el puto pulpo Paul y toda su jodida descendencia. Porque, reconozcámoslo, al principio hacía gracia eso que el pulpo acertase el resultado de todos los partidos de futbol pero cuando llevaba, no sé, ¿500 partidos acertados?, la cosa se puso seria. La gente empezó a pensar que el futbol estaba amañado y otros mientras tanto consideraban a Paul una especie de Dios. Pero bueno, esa es otra historia. Todo iba más o menos bien cuando el pulpo elegía a mi equipo como ganador, la cosa era un poco aburrida pero ganábamos siempre y me sobraba el dinero. Era una vida fácil. Como ganadores pensábamos que simplemente el pulpo acertaba lo que iba a pasar, no que prefijase un destino. Nos elegía porque éramos los mejores, sin más. Pero llegó aquel partido…
-Y el pulpo dijo que ibais a palmar –se adelantó Manuel.
-Sí, precisamente en la gran final, contra un equipo ante el que éramos claramente favoritos. Yo me tomé la elección del pulpo como un acicate, una forma de demostrar que lo del pulpo era una chorrada, si prefiere verlo desde un punto de vista romántico, una lucha contra el destino. La cosa no fue nada bien, durante la semana nuestros mejores jugadores se fueron lesionando uno a uno y, para colmo, el día anterior del partido falleció mi padre.
-¡Coño con el pulpo!
-Quiero pensar que el pulpo no tuvo nada que ver, al fin y al cabo mi padre murió de cirrosis. El caso es que estuve a punto de renunciar a jugar el partido pero finalmente decidí jugar a pesar de haber perdido a mi progenitor hacía unas horas escasas. Seguíamos siendo favoritos aunque hubiéramos perdido a muchos jugadores ya que, no nos vamos a engañar, yo seguía siendo el mejor jugador de la liga de largo. El caso es que el partido fue más competido de lo que cabría esperar y las oportunidades escasearon. Yo no dejaba de pensar en mi padre y en que quería dedicarle la victoria y que quería marcar un gol para dedicárselo a la puta madre del pulpo. En el último minuto, con empate a cero, Renatinho metió un pase que me dejó solo delante del portero, lo drible con un sutil toque de pelota y me planté delante de la portería vacía. Un simple toque dejaría en evidencia al pulpo y a todos los que creían en él, dejaría claro que el destino no está escrito, que todos podemos decidir por nosotros mismos y conseguir lo que nos propusiéramos. Era, en mi opinión, un momento cumbre de la humanidad… pero fallé. Increíblemente fallé con la portería vacía y el balón se fue fuera. Nunca me ocurrió nada igual. Luego vinieron la tanda de penaltis donde perdimos fallándolos todos, los homenajes al pulpo y mi retirada definitiva del futbol. No tenía sentido seguir en algo en donde en unos años la gente se preguntaría por qué se llama futbol a un deporte en el que un pulpo elige una bandera.
-Entiendo –dijo Manuel-. Por cierto, hablando de destino, aquí tiene mi tarjeta. Me gustaría que mañana mismo pasara usted por mi consulta.
-¿A su consulta? ¿Para qué?
-No solo me fijé en un usted porque me recordara a “Boquerón” Montero. Tiene usted signos en su piel que indican que padece la misma enfermedad por la que falleció su padre. Le recomiendo que deje ese Whisky. Le veo mañana.
El Doctor Manuel Rodríguez Gallego pagó su cuenta a Jimy y se fue.
Ei, Zaca!
ResponderEliminarMuy bueno!! :-))
Si yo me encontrara a Jimy, lo presentaba como caso a un congreso y me forraba con la demo.
Besos,
Rosa.