Creo que fue al señor presidente a quien se le ocurrió parar en la estación de servicio para comprar algo para picar:
-¡No voy! –dijo el señor presidente poniendo el dedo pulgar en su frente.
-¡No voy! –dijo la responsable de agricultura repitiendo el gesto del señor presidente.
-¡No voy! –dije yo imitándolos, infringiendo con ello las recomendaciones de seguridad al volante.
-¡No voy! –dijeron los asesores y el guardaespaldas casi a la par. No sé a quién le tocaría ir, pero estaba claro que a uno de ellos tres.
-Yo no puedo ir –dijo el guardaespaldas-, tengo que quedarme junto con el señor presidente.
Así que la cosa estaba entre los dos asesores, pero estos se hacían los remolones.
-¿No debería ir el chofer? Digo yo que para eso está –dijo el asesor de la libreta.
-¡Eso! –ratificó Charli.
-No es justo –protesto el señor presidente- el dijo “no voy” antes que vosotros.
-Será mejor que vaya el chofer a no ser que quiera que tweteemos su comportamiento pueril señor presidente –amenazó Charli.
-Lo siento Agustín, te ha tocado –dijo el señor presidente poniendo su mano en mi hombro.
Baje sin protestar a pesar de que aquella actuación me pareció profundamente injusta. Por la ventanilla me dieron un papel con lo que querían y 10 euros y me dirigí a la tienda de la estación de servicio. Por el camino mi móvil comenzó a sonar. Era mi jefe:
-¿Agustín?
-Sí, dime.
-¿Cómo va el servicio?
-Bien, creo que ya queda poco… aunque no me han querido decir dónde vamos exactamente.
-Tu haz todo lo que te digan, son clientes importantes.
-Ya me he dado cuenta.
-Agustín, te llamaba para darte una mala noticia.
-¿Qué ha pasado?
-Se trata de Jose Antonio.
-¿Qué pasa? ¿Ya le han dado el alta?
-No exactamente… De hecho no volverá a trabajar con nosotros.
-¿Por qué? ¿Lo habéis despedido?
-No exactamente… Ha sido tan repentino que no hemos podido despedirnos de él.
-¿Qué?
-Lo que oyes. Ha sido esta misma mañana.
-Pero si era una simple indigestión… o eso me dijisteis esta mañana cuando me llamasteis para cubrirle.
-Lo sé Agustín, pero la cosa era más complicada de lo que creíamos al principio. Parece ser que Jose Antonio había comido una de esas malditas manzanas contaminadas. En fin, que pequeño es el mundo… o algo así era –dijo mi jefe que siempre olvidaba las frases hechas de los funerales-. Cuando vuelvas no olvides pasarte por el tanatorio.
-De acuerdo, allí nos vemos –dije.
Había pensado comprarme una tarta de manzana para acompañar el café pero la noticia me había hecho perder el apetito.
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