El profesor Hanga dormía como una
marmota cuando sintió que algo malo iba a pasar. ¿Un terremoto? ¿Un tsunami? ¿Quizás
una guerra nuclear? No lo podía saber porque su intuición no daba para tanto,
pero debía avisar a las autoridades y poner a salvo a los habitantes de Nueva Chabola.
No pensaba hacer nada más que avisar porque el profesor Hanga era cobarde como
una gallina.
Desde aquel extraño experimento
que le salvó la vida, el profesor Hanga había adquirido las habilidades y
características de algunos animales. Era por tanto una especie de superhéroe
cuya principal virtud era poder intuir cuando iba a ocurrir una desgracia.
Lento como una tortuga se dirigió
a su teléfono móvil para avisar al Presidente, con el que tenía línea directa,
pero cuando, tras tres largas horas, llegó se dio cuenta de que tenía las
mismas extremidades que una serpiente y no podía marcar (no se dio cuenta antes
porque era un poco burro).
Se dirigió entonces a la calle,
dejando tras de sí un rastro de babas de caracol, pero cuando se acercaba a
alguien todo el mundo huía del pobre profesor Hanga que olía como un cerdo y
sus pedos hedían a mofeta. Él, por suerte, no se dio cuenta de que la gente le
huía ya que tenía la vista de un topo y veía lo mismo que un gato de escayola.
Aparte estaba más sordo que una tapia pero esto le venía de nacimiento. De todas
formas había adquirido también la característica animal de no poder hablar, así
que no hubiera servido de nada.
El terremoto devastó la ciudad
aunque al profesor Hanga le dio tiempo de mearse en su alfombra antes de morir
como un perro.
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