lunes, 12 de septiembre de 2011

Don Braulio

-Pues no sé qué le vamos a poner ahora.
Realmente como cuidadoras habían descuidado totalmente la ropa del octogenario señor Braulio, al que acababan de bañar. Antonia se acercó al armario donde colgaban como esqueletos las desoladas perchas.
-¿No hay nada limpio? –dijo Antonia.
-Nada de nada –respondió Ana.
-¿Y esto?
Antonia señalaba la única prenda que quedaba en el armario: la antigua toga de juez de don Braulio.
-No creo que sea apropiado –dijo Ana.
Pero Antonia no era de su misma opinión y descolgó la toga del armario:
-No tenemos otra cosa y cuando venga su hija ya tendremos la ropa limpia. No te tienes que preocupar de Don Braulio, el pobre no se entera de nada.
Así pues, mientras Ana ayudaba a don Braulio a ponerse de pie, Antonia le ponía su antigua toga de juez.
-La interna que estaba antes en la casa me contó que en tiempos de Franco dictó unas cuantas sentencias de muerte –le contó Antonia que siempre solía contar a Ana algún aspecto escabroso de la vida de Don Braulio.
Ana la miró reprobándola.
-Bueno, Don Braulio. ¡Pero qué guapo está usted con la toga! Llévalo al espejo para que se vea Ana, que voy a traer una cosa.
Ana acercó al espejo a Don Braulio que abrió enormemente sus ojos azules y se quedó mirando como intentando reconocer al tipo que tenía delante. Antonia vino a los poco segundos con una pequeña maza típica de juez.
-La encontré el otro día en uno de los cajones.
-Estás loca –dijo Ana riéndose.
-Parece otro ¿eh? Fíjate como se mira en el espejo. ¿Está usted contento Don Braulio? Tome la maza que es lo que le falta. ¿Cómo declara al acusado? ¿Eh? ¿Don Braulio?
La contestación de Don Braulio hizo que Ana y Antonia dieran un respingo:
-¡Culpable! ¡Culpable! ¡Culpable!
Era la primera vez que hablaba en tres años.

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