El autoestop es una de las formas más peligrosas de viajar, sobre todo para las chicas jóvenes y delicadas como yo. Pero ahí estaba, con mi guitarra en ristre sacando el dedo pulgar cada vez que un vehículo pasaba a toda velocidad por la autopista. No culpo al resto del grupo por dejarme tirada en medio de la carretera, haberles llamado “pobres inútiles sin talento” no fue una buena idea.
-¿Ah sí? Pues aquí te quedas guapa- me dijo el guitarrista y de un empujón acabé tirada en la cuneta.
Ser una joven indefensa en apuros me estaba dando la idea de escribir una canción, lástima que todas las canciones me las compusiera mi guitarrista pobre inútil sin talento. Ahora debía llegar por mi misma hasta el lugar del concierto y tocar. La buena noticia es que me iba a llevar yo toda la recaudación, la mala que empezaba a tener frio y dolerme la garganta. Por fin un camionero decidió apiadarse de mí y me dejó subir en su enorme tráiler. Como si el tráiler no fuera suficiente como para reconocer que la persona que había dentro era un camionero, el tipo era el típico camionero: vaqueros, camisa de cuadros, gorra azul, gran barba, barriga cervecera…
-¿A dónde vas monada?- dijo el camionero.
-A Cuenca- dije algo atemorizada.
-Sube preciosa, voy para allá.
Formábamos una extraña pareja. Seguro que cualquiera que nos hubiera visto habría pensado que formábamos una extraña pareja. Él con una mano sosteniendo un bocadillo de mortadela con aceitunas, otra mano en la cerveza, otra mano en el volante y otra mano en la caja de cambios y con la otra mano intentaba acariciarme la rodilla, mientras yo le cantaba canciones de mi repertorio e intentaba quitármelo de encima. Cualquiera que lo supiera pensaría que formábamos una extraña pareja. En el acorde mi menor del último éxito compuesto por mi pobre bajista inútil sin talento tuve el primer gallo. Comprendí que mi voz no daba más de sí y que definitivamente me había resfriado.
-¿Qué te ocurre nena?- dijo el camionero, cuya voz en ese momento me sonó más aguda de lo normal.
-Creo que me estoy resfriando… ¡Mierda, mira que voz tengo! Y esta noche tengo un concierto.
-¿Pero tú crees que alguien se va a fijar en tu voz con las te…? ¿Eh? Otra vez me está pasando. A veces no sé por qué pero, de repente, se me pone voz de mujer- dijo el camionero, que efectivamente había transformado su voz al de una mujer, una mujer con una voz bastante bonita.
-Es curioso- respondí.- Porque yo cuando me resfrío se me pone voz de camionero.
En ese momento nos miramos y lo comprendimos todo. Cuando yo me resfriaba mi voz se transformaba en la del camionero y viceversa. Él era el camionero de mi vida e, igual que yo, todas tenemos un camionero que nos presta su voz en los momentos de congestión nasal, lo que pasa que muy pocas tenemos la suerte de conocerlo.
El concierto fue todo un éxito. Seguro que cualquiera que nos hubiera visto habría pensado que el concierto fue todo un éxito. Mientras yo tocaba la guitarra el cantaba mis canciones que ensayamos de camino a Cuenca. Para el público era curioso ver un tipo como aquel camionero cantando con una voz tan dulce y femenina. Cualquiera que se enterase habría sabido que el concierto fue todo un éxito, pero nuestra unión artística fue efímera y solo duro una semana, el tiempo en el que se me pasó el resfriado, ambos recuperamos nuestras voces y me di cuenta de que él solo era un pobre camionero inútil sin talento.