Qué se habrá
creído Samanta con ese contoneo de caderas. ¿Pretende engatusarme? No es la
primera vez que pasa por delante de mi despacho, ¿acaso cree que no me doy
cuenta de lo que pretende? Va lista si cree que voy a picar. Vaya, ahora se
acerca. Qué forma tan suave de golpear la puerta. Hasta con eso intenta
encandilarme, pero qué se habrá creído, yo tengo mujer e hijos…
-Dime Samanta.
-Algunos
compañeros vamos a quedar después a tomar una cerveza, ¿te apuntas?
-¡Claro! ¡Me
apunto! ¿En el bar de la esquina?
-Sí, allí.
Bueno… nos vemos luego. ¡Ah! Se te ha caído un papel.
Esta Samanta
aprovecha cualquier oportunidad para agacharse. Si cree que así me va a
provocar está muy, pero que muy equivocada. Yo amo a mi mujer.
-¡Oye! Esas
manos quietas… ¡Ja, ja!
-Perdona, pero
es que vaya culito que tienes…
-Eres un pillín.
¡Dios! ¿Qué he
hecho? ¿Por qué no he sabido mantener la compostura? Mira como menea las
caderas saliendo del despacho. Será… Bueno, termino el trabajo, me tomo una
cerveza y a casa que mi mujer me está esperando. Lo del pellizco en el culo ha
sido un simple error que no volverá a cometerse.
¡Dios! ¡No puedo
trabajar! ¡Ahora me siento tan mal! Voy a graparme la mano como castigo. Sí,
voy a grapármela, me lo merezco. ¿Lo hago? ¡Me lo merezco! ¡Me lo merezco!
¡Allá voy! ¡Joder, soy un cobarde! No soy capaz de hacerlo. Vaya, ya son las
tres y ahí está Samanta esperándome en la puerta. Qué remedio, tendré que ir.
Pero solo una cerveza y a casa. Esa pelandrusca no me va a meter en un lío.
-¿Vamos, Samanta?
-Te estaba
esperando.
-Ya veo. Pero
que guapa estás hoy. Ese vestido te sienta genial.
-¡Gracias! Oye,
¿prefieres que vayamos por nuestra cuenta a otro sitio?
-Me parece
genial.
¿Pero qué estoy
haciendo? Soy un ruin. Tengo que decirle ahora mismo que no, que me voy a mi
casa con mi mujer y mis hijos. Me esperan, les dije a mis hijos que esta tarde
les llevaría al cine.
-¿Vamos a mi
casa? Vivo aquí al lado y tengo una botella de vino buenísima.
Venga, dile que
no, que no puedes entretenerte y, además, ¿su casa? ¿No va demasiado rápido?
¿Pero qué demonios se ha creído esta tía? ¿Pretende yacer conmigo así de
primeras? ¿Yacer? Joder, qué mente más rebuscada tengo a veces.
-Igual si voy a
tu casa no me sacas en toda la noche.
¿Pero qué coño
estoy diciendo?
-Igual yo no
dejo que te vayas.
Joder, y ahora
va y me agarra del brazo. Lo que estoy sintiendo en ellos son sus pechos,
¿verdad? Si no hay duda, que más puede tener tan turgente a esa altura. Será
mejor que me zafe cuanto antes. Sí, así está mejor, así ya no me roza con sus
pechos.
-Oye, sí que les
has cogido apego a mi trasero.
-Estás tremenda,
Samanta.
Madre mía, y
ahora voy y le cojo otra vez el culo. Me siento fatal, mi mujer no se merece
esto. Prometo serte fiel y respetarte… que de mentiras llegue a decir ante
nuestra familia, ante el cura y ante Dios. Ahora que estamos en la calle en
cuanto pase ese autobús me tiro para que me atropelle. Iré al infierno, pero lo
merezco. Ahí viene. A la de tres y todo se acabó: una, dos, dos y medio…
¡Joder, soy un puto cobarde! Si fuese un hombre de verdad ya estaría en casa
con mi mujer y además de camino a casa le habría comprado un ramo de flores.
Ella se lo merece todo y yo sin embargo estoy yendo con la buenorra de la
oficina a tomarme una botella de vino a su casa. En fin, tengo que ser fuerte,
simplemente no tengo que hacer nada y si ella lo intenta dejarle claro que yo
no soy ese tipo de hombres.
-Aquí es. Vivo
en el quinto.
No seas típico,
no la beses en el ascensor. No seas típico, no la beses en el ascensor. No seas
típico, no la beses… Soy un miserable. Si al menos fuese un beso casto, pero
no, le estoy metiendo la lengua hasta la campanilla. Por lo menos no me quito a
mi mujer de la cabeza. Eso quiere decir que la quiero, ¿no? Es un simple
desliz. Quizás algún día, cuando hayan pasado muchos años, pueda ver que fue un
simple error y consiga perdonarme a mí mismo y dormir por las noches.
Vaya vicio
tiene. Ha conseguido abrir la puerta de su piso sin despegarse de mis labios.
Menos mal, parece que por fin va a dejarme respirar.
-Siéntate en el
sofá mientras me pongo cómoda.
Un quinto piso.
Si me tiro desde aquí seguro que me mato. Es lo mejor que puedo hacer, así no
mancharé mi honor ni el de mi mujer. ¿Y mis hijos? ¿Qué pensarían de mí si
vieran a su padre comportándose así? No merezco vivir, será mejor que termine
con esto de una vez por todas. Joder, qué alto está esto. Vamos, no te eches
atrás ahora. ¿Qué eres un hombre o un gallina? Un gallina, soy un gallina y un
miserable. Vaya, ahí sale Samanta. Menudo conjuntito se ha puesto. Visto lo
visto no voy a poder resistirme…
Sí, hemos
acabado follando y repitiendo. Y tripitiendo. Si no fuera porque sus caricias
me la están poniendo dura otra vez me echaría a llorar. Me siento desolado.
Nunca pensé que pudiese ser tan malvado.
-Oye, tu móvil
está sonando.
-Es mi mujer.
-¿Qué? ¿Estás
casado?
-Shhh… ¡Hola
cariño! Sí, perdona es que tenía mucho trabajo y me he quedado un rato más. Sí,
tienes razón, debería haber llamado. Diles a los chicos que otro día les llevo
al cine. Te quiero, mi vida. No, yo más. Sí, en seguida voy.
Ya estoy
volviendo a mi casa. Samanta me ha dicho justo antes de salir que me ama. Yo le
he mentido y le he dicho que yo a ella también. Me ha pedido que deje a mi
mujer por ella, que ella no quiere ser “la otra” y yo le he dicho que sí, que
lo haré. Que en cuanto llegue a casa. Pero mientras conduzco y deshecho por
última vez el suicidio ejerciendo de conductor kamikaze, he decidido que no
diré nada a mi mujer.
Quizás así acabe
de una vez con estos malditos, malditos remordimientos.