¿Qué es una inocentada?, dices mientras clavas tu pupila el la pupila azul del presentador del telediario. ¿Qué es una inocentada? ¿Y tú te lo preguntas? La inocentada... eres tú.
miércoles, 28 de diciembre de 2011
miércoles, 21 de diciembre de 2011
El bebé en el autobús
Yo fui el único que se dio cuenta. La mujer entró en el autobús, que yo también cogí temprano para ir de compras, con su carrito de bebé y lo situó a mi lado. Antes de que se cerrasen las puertas le dijo a su hijo, que no debía más de un año o año y medio:
-Cariño, que pases un buen día en la guardería. Aquí te dejo el “bonobús” para que piques a la vuelta. Te espero a las dos y media, no te vayas a entretener por ahí, tesoro.
Le dio un beso y salió por la puerta del autobús.
-¡Eh! Oiga…
No me oyó. Tampoco pareció hacerlo ninguna persona más de las que aquel día ocupaban la línea circular C2. No me extraña, mi voz es débil y apocada. Pese a mi carácter solidario y altruista no me gusta meterme en líos así que en cuanto pude me separé del carrito con el bebé y tomé asiento, eso sí, sin perder de vista lo que podría pasar con un bebé abandonado a su suerte en el autobús, dispuesto a testificar ante el conductor, al policía o el mismísimo responsable de objetos perdidos de los transportes urbanos de Sevilla que una mujer se lo había dejado “olvidado”.
Sin embargo el bebé parecía pasar inadvertido. Todo el mundo iba a lo suyo: hablando unos con otros, leyendo, escuchando sus eme-pe-tres… El caso es que tan solo de vez en cuando alguien le prestaba atención, pero no para darse cuenta de que estaba desamparado y desatendido (salvo por mi atento respaldo) sino para hacerle carantoñas y monerías que el bebé reía con gracia. En cuanto llegaban a su parada se bajaban sin más. Yo no lo hice, dejé las compras para otro día y me quedé en mi asiento aun a riesgo de parecer uno de esos locos que dan vueltas y vueltas a la ciudad. Tenía la obligación moral e íntegra de salvaguardar su seguridad, aunque bien es cierto que después de unas cuantas paradas me quedé dormido.
Cuando desperté el bebé seguía allí. No se había movido de donde su madre la había abandonado aunque, por otra parte, ¿cómo podría haberlo hecho? Miré el reloj, habían pasado tres horas. Al no ser ya hora punta el autobús estaba menos concurrido, lo cual podría provocar que por fin alguien se diera cuenta de que había un niño pequeño totalmente perdido y en peligro. Cuando el autobús estaba casi vacío alguno miraba extrañado al bebé. Escuché a dos mujeres sentadas delante de mí hablando sobre él:
-¿Has visto a ese bebé?
-Sí, que guapo, ¿verdad?
Pero nadie, aparte de mí, le prestaba ayuda. Así fueron pasando las horas hasta que dieron las dos y media y llegamos otra vez, como tantas veces aquel día, a la parada donde la mujer abandonó al crio. Allí estaba ella de nuevo, se subió y dio un beso a su bebé:
-¿Has tenido un buen día en la guardería, tesoro? Bueno, pues ahora a casa a almorzar –y se aperaron.
Me pregunto si la madre se enteraría de que su hijo se había saltado las clases de la guardería durante todo el día. Preferí quedarme callado y no meterme en líos.
-Cariño, que pases un buen día en la guardería. Aquí te dejo el “bonobús” para que piques a la vuelta. Te espero a las dos y media, no te vayas a entretener por ahí, tesoro.
Le dio un beso y salió por la puerta del autobús.
-¡Eh! Oiga…
No me oyó. Tampoco pareció hacerlo ninguna persona más de las que aquel día ocupaban la línea circular C2. No me extraña, mi voz es débil y apocada. Pese a mi carácter solidario y altruista no me gusta meterme en líos así que en cuanto pude me separé del carrito con el bebé y tomé asiento, eso sí, sin perder de vista lo que podría pasar con un bebé abandonado a su suerte en el autobús, dispuesto a testificar ante el conductor, al policía o el mismísimo responsable de objetos perdidos de los transportes urbanos de Sevilla que una mujer se lo había dejado “olvidado”.
Sin embargo el bebé parecía pasar inadvertido. Todo el mundo iba a lo suyo: hablando unos con otros, leyendo, escuchando sus eme-pe-tres… El caso es que tan solo de vez en cuando alguien le prestaba atención, pero no para darse cuenta de que estaba desamparado y desatendido (salvo por mi atento respaldo) sino para hacerle carantoñas y monerías que el bebé reía con gracia. En cuanto llegaban a su parada se bajaban sin más. Yo no lo hice, dejé las compras para otro día y me quedé en mi asiento aun a riesgo de parecer uno de esos locos que dan vueltas y vueltas a la ciudad. Tenía la obligación moral e íntegra de salvaguardar su seguridad, aunque bien es cierto que después de unas cuantas paradas me quedé dormido.
Cuando desperté el bebé seguía allí. No se había movido de donde su madre la había abandonado aunque, por otra parte, ¿cómo podría haberlo hecho? Miré el reloj, habían pasado tres horas. Al no ser ya hora punta el autobús estaba menos concurrido, lo cual podría provocar que por fin alguien se diera cuenta de que había un niño pequeño totalmente perdido y en peligro. Cuando el autobús estaba casi vacío alguno miraba extrañado al bebé. Escuché a dos mujeres sentadas delante de mí hablando sobre él:
-¿Has visto a ese bebé?
-Sí, que guapo, ¿verdad?
Pero nadie, aparte de mí, le prestaba ayuda. Así fueron pasando las horas hasta que dieron las dos y media y llegamos otra vez, como tantas veces aquel día, a la parada donde la mujer abandonó al crio. Allí estaba ella de nuevo, se subió y dio un beso a su bebé:
-¿Has tenido un buen día en la guardería, tesoro? Bueno, pues ahora a casa a almorzar –y se aperaron.
Me pregunto si la madre se enteraría de que su hijo se había saltado las clases de la guardería durante todo el día. Preferí quedarme callado y no meterme en líos.
martes, 6 de diciembre de 2011
Novedades en el Monasterio
Era un martes cualquiera en el Monasterio de Santa María y San Andrés. Las monjas apostadas en largas hileras en dos mesas igualmente largas se disponían a comer una austera sopa de ajo. Todas estaban en silencio dándole las gracias al Señor por los alimentos y rogándole para que esta vez la Hermana Teresa no hubiese confundido la sal con el azúcar. En ese momento, la Madre Superiora que se encontraba presidiendo una de las mesas se puso en pie y en voz alta dijo:
-Queridas hermanas. Sé que el voto de silencio nos impide hablar a no ser que sea absolutamente necesario, pero quiero anunciaros algo muy, muy importante. Hemos recibido una nota esta mañana avisándonos que tenemos una visita. Así que espero que todo el monasterio esté preparado a las cuatro y media de la tarde, limpio y con los hojaldres, los mejores hojaldres que podáis, ya preparados. Nada más y nada menos que Dios va a visitarnos, y a esa hora tiene anunciada su llegada a nuestro humilde hogar. Eso es todo, podéis continuar con la comida.
La Madre Superiora volvió a sentarse, se santiguó y comenzó su sopa aliviada al comprobar que no sabía dulce. El resto de monjas se miraron las unas a las otras y, al ver que ninguna hacía ningún comentario al inesperado anuncio de la Madre Superiora, comenzaron también a comer sin mostrar sorpresa alguna. Al fin y al cabo a parte del voto de silencio guardaban un voto de indiferencia.
La Hermana María, la monja más joven del monasterio con 57 años, era la encargada aquel día de limpiar los platos. Ella los secaba mientras la Hermana Berta enjabonaba y la Hermana Dolores enjuagaba.
-¿Creéis que la Madre Superiora nos está poniendo a prueba? –se atrevió a decir la Hermana María.
Las otras dos monjas se miraron y la Hermana Berta puso el dedo índice en la boca advirtiéndole a la Hermana María que se callase y llenándose el bigote de jabón.
-O eso o ha perdido la cabeza –volvió a decir la Hermana María.
La hermana Berta, que había terminado de enjabonar, se secó las manos, miró al techo, se santiguó y se marchó de allí para no escuchar más las blasfemias de la Hermana María.
-¿Y tú no dices nada? –dijo la Hermana María refiriéndose a la Hermana Dolores.
-Será lo que Dios quiera –dijo la Hermana Dolores en voz baja.
-¿Y qué pasara cuando mañana sean las cuatro y media de la tarde y aquí no se presente nadie? Habrá más bajas en la congregación que cuando lo de las fotos de aquellos monaguillos.
La Hermana Dolores no dijo nada y siguió enjuagando platos. Finalmente le entregó el último cubierto a la Hermana María y dijo:
-Tienes razón, tenemos que hablar con la Madre Superiora. Te espero en la puerta de su habitación después de la oración. Seca eso bien, no quiero que… quiero decir… si viniera…
Aquella tarde la oración en la capilla estuvo mucho más concurrida que de costumbre. Parecía como si el anuncio de la Madre Superiora hubiera despertado el afán por rezar. La Hermana Dolores se puso de rodillas y pidió por que la Madre Superiora entrara en razón A las pocas horas Hermana Dolores y la Hermana María se encontraron en la puerta de la habitación de la Madre Superiora. La Hermana María, que era más lanzada debido a su juventud, fue la que llamó a la puerta. Nadie contestó, así que mientras que la Hermana Dolores se encogía de hombros y disponía a marcharse la Hermana María volvió a llamar.
-Con su permiso Madre Superiora.
-Adelante –se oyó del otro lado de la puerta.
La Hermana María giró el pomo y entró a la habitación de la Madre Superiora. Era una habitación un poco más grande que la de las otras monjas, pero igualmente sobria. La Hermana Dolores se quedó en un segundo plano mientras la Hermana María tomaba la palabra y se dirigía a la “jefa” de la congregación que se encontraba en su escritorio tomando algunas notas con su pluma.
-Madre Superiora, sé que esto es muy irregular, pero si no pensase que nuestra congregación está en peligro no me atrevería a venir a su habitación a hablar con usted.
-¿Qué ocurre Hermana? Me está asustando.
-Es por lo de la visita. La visita de Dios…
-Pues dime Hermana, ¿qué es lo que te angustia? ¡Ya sé! Será que piensas que la visita se nos puede subir a la cabeza. Creo que debemos tener los pies en el suelo y no sentirnos superiores porque Dios venga a vernos a nosotras…
-No, disculpe, pero no es eso. Es que no creo que vaya a venir.
La Madre Superiora abrió mucho los ojos y se levantó de la silla.
-¿Acaso dudas de la existencia de Dios, jovencita?
-No Madre, en absoluto. De lo que dudo es que vaya a venir mañana, aquí, a las cuatro y media de la tarde.
-¿Cree que existe pero no que pueda venir aquí?
-Madre, nos dijo que la habían avisado a través de una nota. ¿No puede ser que se tratara de una broma y que alguien la dejara para tomarnos el pelo? –dijo por fin la Hermana Dolores
-¿Tampoco usted cree que vaya a venir, Hermana Dolores? La tenía por una de nuestras beatas más… beatas.
-Y lo sigo siendo Madre, pero tampoco creo que Dios vaya a venir aquí mañana.
-Con actitudes como la suya seguro que no. Les recuerdo que Dios es omnipotente, es decir, que todo lo puede y si le da la real gana se presenta aquí a las cuatro y media e incluso nos trae unas pastitas. Además deberíais tener en cuenta que guardáis un voto de obediencia, no pienso permitir que dos compañeras incrédulas nos estropeen el día. Si perdemos la fe, si tan solo una de nosotras deja de creer, Dios no vendrá. Márchense y ya veré que hago con ustedes.
La Hermana Dolores y la Hermana María salieron de la habitación de la madre superiora y cerraron la puerta con sumo cuidado para no hacer ruido. La Hermana María resopló mientras negaba con la cabeza.
-Es inútil.
-Sí, pero es la Madre Superiora –contestó la Hermana Dolores saltándose con ello el voto de benevolencia.
La Hermana María se encerró en su habitación y mientras leía la Biblia esperó la decisión que tomaría la Madre Superiora. Antes de la hora de acostarse introdujeron un sobre por debajo de su puerta. Se levantó a recogerlo y leyó con impaciencia.
Estimada Hermana María:
Hoy martes 6 de diciembre de 2011 se presentó usted en la habitación de la Madre Superiora para hablar con ella. Durante la conversación usted expuso sus dudas acerca de que Dios se pudiera presentar mañana en nuestro Monasterio de Santa María y San Andrés a hacer una visita a nuestra congregación.
Este hecho está tipificado como falta según el artículo 37 del vigente convenio provincial de monjas cistercienses, que contempla en su apartado a) como faltas leves: “poner en entredicho la existencia de Dios”.
Por lo tanto la Dirección ha decidido calificar esté comportamiento como falta leve e imponerle la sanción de suspensión de empleo y sueldo durante 1 día que deberá cumplir desde el 7 de diciembre de 2011 hasta el 7 de diciembre de 2011, ambos inclusive.
Deseamos y confiamos que esta sanción servirá para reflexionar y corregir los hechos antes descritos, en evitación de reiteración y mayores consecuencias.
Atentamente, la Dirección.
La Hermana María metió la amonestación el sobre, la guardó en el cajón de la mesa donde solía almacenarlas y se acostó. A la mañana siguiente salió del Monasterio temprano para coger el primer autobús. Se bajó en la parada más cercana a la casa de una amiga y paró a desayunar en un bar. En la televisión estaban repitiendo un programa de divulgación que la Hermana María escuchó atenta:
-La relación con Dios quien mejor la explicó fue Laplace. Napoleón le llamó y le dijo “oiga, me ha interesado muchísimo su teoría del equilibrio de los cuerpos celestes, ¿pero lo ha consultado con Dios?” y Laplace le contestó “esto no, porque esto ya lo he demostrado yo, ahora todo el resto… eso consúltelo con Dios” –contaba Eduard Punset con una sonrisa.
Cuando el camarero le preguntó que quería para desayunar ella contestó que una tostada con jamón del bueno.
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