martes, 9 de febrero de 2010

El pasado de Sydney Walters (1)

La vida de Sydney Walters antes de su intrusión en el mundo del baloncesto no es una incógnita absoluta. Nuestro querido personaje tuvo un pasado muy particular antes de llegar a Nueva Zelanda y aprobar, haciendo trampas, los exámenes para funcionario del estado. Aquí es donde el lector que haya seguido la anterior historia de Sydney Walters se estará preguntando: ¿Cómo? ¿Pero Sydney Walters no fue un simple neozelandes que siempre vivió en su amado país? ¿Acaso no acabó ahí la emocionante historia del entrañable Sydney? ¿Es que el escritor de estas historias se ha aficionado a los cambios bruscos de guión al ver Lost? No amigos, no me gusta Lost, ni tampoco nadie se está haciendo estas preguntas.
Muchas personas, por no decir ninguna, se han interesado en saber que había detrás de aquel que llevó a la selección neozelandesa de baloncesto a las cotas más altas coreográficas. Gracias a esta presión popular he investigado hasta dar con el camarero que todos los días servía el desayuno al querido Sydney. Ya jubilado y con lagunas en la memoria respondió a algunas preguntas: “lo recuerdo perfectamente, la dentadura la dejé encima de la mesilla de noche... lo que no sé es donde dejé la mesilla de noche”. Por suerte este hombre tenia una hija que en la época en la que Sydney acudía a aquel bar para desayunar era una bella adolescente a la que Sydney intentaba impresionar. “Desde que lo vi supe que no era de por aquí, yo creo que por su acento podía ser norteamericano, pero a lo mejor lo fingía para impresionarme, aunque a mi el acento que siempre me ha gustado es el de Kazajistan” nos cuenta con desparpajo Leila Rubins que, si por entonces debía despertar admiración por su belleza, esa admiración debe de haber huido y encontrarse a miles de kilómetros de aquí, pienso. “Por entonces Sydney ya bebía”, prosigue Rubins, “al principio echaba unas gotitas de coñac al café, pero poco a poco fue echando más y más, yo creo que porque yo no le hacía caso por muchas cosas que intentase, imagínese que hasta un día empezó a jugar a eso de clavar el cuchillo en la mesa entre sus dedos, cada vez más rápido y luego sin mirar, hasta que se alcanzó en un dedo. Suerte que el cuchillo era de punta redonda y solo se hizo un moratón, Sydney nunca fue un tipo demasiado fuerte...”. Leila mira sus uñas, perfectamente pintadas, algo perfecto debía tener, pienso. “Cada vez fue sustituyendo más y más el café por coñac, hasta que ya pedía café para echarle al coñac, lo cual era un poco asqueroso, si se me permite”. Tú sí que eres asquerosa, pienso.
¿Eran ciertos esos rumores de que Sydney no era neozelandes? Existen varias pruebas que nos llevan a pensar en ello y por fin quitarnos de la cabeza a Leila Rubins. En primer lugar efectivamente su acento no era neozelandes, o así lo piensa la mayoría de la gente que lo conoció, aunque él siempre dijo ser neozelandes. En segundo lugar tenemos su nombre, Sydney, un nombre estúpido que evoca a una persona que no tiene ni idea de Nueva Zelanda y se pone de nombre lo primero que le viene a la cabeza de Oceanía. Sidney efectivamente es la capital de Oceanía, de la que forman parte Australia, Nueza Zelanda y Mario Land, pero Sydney nunca se preocupó de si escribía bien su supuesto nombre, ni siquiera se preocupó nunca de cepillarse los dientes. Por último tenemos su partida de nacimiento en la cual podemos ver como tachó burdamente su nombre anterior, que quizás fuese Andrew o Agustín, y puso el de Sydney encima, además de descubrir que nuestro protagonista nació en Los Ángeles [(California) Estados Unidos].

Continuara...

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