martes, 22 de octubre de 2013
lunes, 14 de octubre de 2013
La cita
Héctor se dirigió a una de las mesas de la terraza al son de la música chill out y se sentó con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco que pudiera hacer que sus tremendos músculos rompieran la camisa blanca que se ceñía a su cuerpo y acomodando previamente su paquete para que no fuera constreñido por su también ajustados vaqueros. En breves minutos llegaría Sonia, la chica más caliente que había conocido en la página de contactos. Un bombón de veinte añitos que Héctor pensaba beneficiarse sin apenas esfuerzo gracias a su cuerpo trabajado en horas y horas de gimnasio, sus ojos azules, su sonrisa profindent y su pelo cuidadosamente despeinado.
Héctor metió la mano en su bolsillo y, no sin esfuerzo, sacó el móvil para comprobarla hora y ver si casualmente alguna de sus admiradoras le había enviado un mensaje. Volvió a guardar el móvil, no sin esfuerzo, al no tener ningún mensaje y volvió a sacarlo, no sin esfuerzo, porque se le había olvidado mirar la hora. Al parecer la puntualidad no era una de las virtudes de Sonia, pero esperaba encontrar en ella algunas otras más placenteras*.
Héctor miró a su alrededor porque pensaba que si Sonia tardaba un poco igual podía conseguir el número de alguna chica de proporciones interesantes mientras tanto, y se dio cuenta de que uno de los clientes de la terraza era un cura cincuentón con su sotana y todo que se encontraba apoyado en la barra. Su reacción fue la de no extrañarse lo más mínimo pues los porteros habían bajado el listón mucho últimamente (ya se sabe, la crisis) y empezar a sentirse incómodo. No porque pensara que estuviera haciendo algo moralmente reprochable ante los ojos de Dios que eso al fin y al cabo le daba igual, sino porque el cura, muy disimuladamente, no dejaba de mirarlo entre sorbo y sorbo de su copa de vino.
Héctor intentó concentrarse en otra cosa y encontró oportuno el escote de la camarera, pero el cura sin dejar su copa de vino se acercó tímidamente a la mesa donde estaba.
-¡Hola! Perdona que te moleste, verás…
-Lo siento no tengo tiempo para sermones, estoy esperando a una chica.
-Lo sé, es precisamente de eso de lo que quería hablarte.
Por un momento Héctor pensó que la chica se había arrepentido. Le dijo que tenía novio así que probablemente sintió remordimientos, fue a confesarse y esta era la consecuencia…
-¿Sonia ha hablado con usted?
-Héctor, Sonia… Soy yo.
El silencio duró aproximadamente unos 23 segundos y 7 décimas hasta que Héctor sin cambiar su expresión de sorpresa lo rompió con un:
-¿Cómo dice?
-Que yo soy Sonia.
-¿Pero se ha vuelto loco? Sonia no es cura, tiene veinte años y, lo más importante, ¡es una mujer!
-Bueno, todo el mundo miente un poco por internet.
-¡Joder! ¿Un poco? ¿Un poco?
-Admite que si te hubiera dicho que era un cura de cincuenta y siete años no habrías aceptado tener una cita conmigo y ahora, fíjate, estamos disfrutando de una preciosa velada. Por cierto, mi verdadero nombre es Agustín –dijo cogiendo de la mano a Héctor.
-¡Maldito cura marica! –contestó Héctor levantándose de cómo un resorte y desagarrando de esa manera su preciosa camisa nueva.
-Vamos, vamos, no hace falta que montes un escándalo cariño. Además, cuando chateamos, te di bastantes pistas. Otra cosa es que tú no supieras interpretarlas.
-¿Pistas? ¿Qué pistas? –preguntó Héctor fuera de sí.
-Pues por ejemplo recuerdo una vez que te dije que el amor todo lo CURA y también están mis exclamaciones de “Dios mío” cada vez que hablabas de alguna parte de tu anatomía.
-Debería darle vergüenza engañar así a la gente siendo cura. ¿No se supone que está casado con Dios?
-¿Y no es eso bonito? O sea, estoy poniéndoselos a Dios contigo y vas y te ofendes. ¿Acaso no te daba morbo eso de poner cuernos? Se los pondrías nada más y nada menos que a Dios.
-Bueno… Visto de ese modo… -dijo Héctor pensativo.
-¡Pues claro! ¡Ya verás lo bien que lo vamos a pasar! Qué ganas de disfrutar de esos 185 centímetros de puro músculo…
-En realidad mido 1,83.
-¿Qué?
-Que te dije 1’85 por redondear.
-¡Pero serás mentiroso cabrón! –dijo Agustín tirándole la copa de vino en la cara.
Y resulta que el vino que no era de muy buena calidad hizo una reacción extraña con la crema hidratante que Héctor se había echado poco antes de salir, comportándose dicha mezcla como si un acido corrosivo se tratara y así Héctor pudo aparecer en la tele (otro de sus grandes deseos), concretamente en el programa “Mil maneras de morir”. Pero se lo merecía. Por mentiroso.
*Eso sí que sería gracioso, ¿no?
Obtener placer con la puntualidad. Llegar a tener orgasmos cuando alguien
llegue a su hora.
jueves, 10 de octubre de 2013
Doblemente español
Se sentía tan español que a pesar de haber nacido en España se sacó la doble nacionalidad y se hizo español. Su nacionalidad pasó a ser "hispano-español" como se puede comprobar en su pasaporte. Desde entonces se puede permitir dormir más horas de siesta.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Ciudad melodía
Siempre acabo perdiéndome en esta
maldita ciudad. Esto es, como todos ya habréis imaginado, por mi mal oído y mi
nulo sentido del ritmo. ¿Cómo era? Mira que llevo tiempo viviendo aquí, ¡pues
todavía no me he aprendido la puñetera melodía! Si tan solo pudiera recordar 3
o 4 notas por lo menos para orientarme y saber donde estoy…
¿Qué por qué no pregunto a
alguien? En primer lugar porque me da vergüenza, parezco tonto preguntando
cosas aparentemente tan sencillas para el resto de los mortales y, además, aunque
me tarareen dónde estoy o cómo llegar a mi casa luego acabo haciéndome un lio.
¿Era mi menor o mayor? ¿Después de sol iba la o do?
Y por si fuera poco eso también
están los silencios. Porque, de repente, en medio de la canción hay esas pausas
que interrumpen la melodía y cuya duración nunca consigo determinar. Mira que
he protestado veces al Ayuntamiento pidiendo que llenen esos vacios con notas y
a ser posible que tenga cierta armonía, pero ni caso. Cualquiera podría
tropezarse con ellos y hacerse daño. Lo más que conseguí es que me enviaran una cajita de música de la
ciudad. Pero no voy a ir por ahí con un mapa, ¡ni que fuera yo guiri! Y hasta
ellos se orientan mejor que yo.
Fue en uno de esos silencios
cuando se me acercó ella en tímidos pasos, me sonrió y me dijo:
-Perdona, ¿sabes dónde queda la
catedral?
¿La catedral? ¿No sabía volver a
mi casa y quería que le tararease como llegar a la catedral? Hice lo que
cualquiera haría en estos casos, me inventé una estúpida cancioncilla. No podía
quedar en ridículo delante de una mujer con semejantes curvas, sobre todo por
la curva que dibujaba su boca.
La seguí, sí, me puse a silbar la
melodía y llegue hasta donde la había llevado. Era un bar, en realidad ni
siquiera me había inventado la canción, era el bar donde solía ir siempre y, torpe
de mí, no me había dado cuenta. Ya decía yo que no me había costado nada seguirla.
En seguida me vio y se puso a hablar conmigo. No tuve más remedio que
reconocerlo:
-Mira, es que soy malísimo para
orientarme por la ciudad. No tengo oído musical.
-No pasa nada, me gusta este bar.
La verdad es que lo sospeché desde un principio, la canción que me dijiste no
sanaba nada religiosa –me confesó riendo.
Tomamos algunas cervezas, luego
unas copas… y ya se sabe qué pasa cuando se hacen estas cosas, que uno acaba
con los cantos regionales y éstos nos llevaron al casco antiguo, a las tascas
más tradicionales y con más solera de la ciudad y a… sí, lo habéis adivinado,
sidrerías. No sé cómo, cuándo o dónde recordé la melodía para llegar a mi casa,
pero lo hice. Me despedí de Cecilia (que así se llamaba ella) con un dulce beso
con el cual me agradeció que le llevase a visitar tantos sitios. Quedamos en
volver a vernos en el mismo silencio un día de estos si es que soy capaz de
llegar.
-Si no fue bonito mientas duró –me
dijo.
A las 5 de la madrugada me
encontraba tratando sin éxito introducir la llave de mi casa en la cerradura. A
veces pienso que también debería haber una canción para eso, que sería mucho
más fácil si con recordar una melodía se abrieran puertas, se encontrasen los
pares de los calcetines extraviados o se conquistase el corazón de las mujeres.
Precisamente mi mujer me espera
detrás de la puerta. A ver cómo le explico yo por qué llego a estas horas si
solo salí a comprar el pan para pa pa pan pa…
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