lunes, 27 de febrero de 2012

Cosas que me gustan de mi trabajo

Tres cosas que me gustan de mi trabajo en Claros:
1- Desvío de llamada incondicional – Me gusta eso de “incondicional” significa que bajo ningún concepto ni circunstancia va a sonar tu teléfono. Es como muy radical, se entendería igual si hubieran dicho solo “desvío de llamada” pero le han añadido el “incondicional” para hacerte sentir importante. Ya puede llamarte el mismísimo Barack Obama que a ti nunca te llegará la llamada (y de todas formas no lo ibas a entender).
2- La tinta de los sellos – En la caja de la tinta que uso para los sellos pone “este producto puede ser tóxico para los organismos acuáticos”. Es decir, que tú te puedes beber la tinta sin problema que mientras no seas un animal acuático (por ejemplo un barco), no vas a tener ningún problema. Sin embargo esta tinta es como la criptonita para Aquaman o la Sirenita.
3- El acuse de recibo del correo Thunderbird – Cuando mandas un correo electrónico con acuse de recibo en Thunderbird (como el Outlook pero de Mozilla) y alguien lo abre te mandan un correo que dice “se ha mostrado el mensaje enviado el (fecha) a (correo electrónico). Esto no garantiza que el mensaje haya sido leído o comprendido”. Le falta decir “a ver si aprende a escribir, so memo”. Con mensajes como este es natural que me sienta un incomprendido.

viernes, 17 de febrero de 2012

El mejor vino del mundo

Desde que supe de tales eventos mi único deseo era asistir aunque solo fuera una vez en la vida a uno. La primera noticia que tuve acerca de ellos fue en la última lista de la revista Forbes acerca de los más ricos del mundo. En el puesto número 78 hablaba de la familia Chavanel y mencionaba de pasada lo que ocurría en su mansión cada cierto tiempo. Poco después alguien me habló de alguien que había estado. Me lo contaron como una rareza, una extravagancia de nuevo rico, pero a mí me pareció fascinante y como gran aficionado a los vinos no me lo quería perder.
Fue precisamente mi afición a los vinos lo que hizo ponerme en contacto con un prestigioso bodeguero que tenía relación con la familia Chavanel. Lo invité a mi casa a que probara algunos vinos de mi colección y luego el me invitó a visitar sus viñedos y sus bodegas. Me dio pena perder uno de mis mejores ejemplares de Rivera del Duero, pero lo que podía ganar era mucho más. Precisamente en una presentación en las bodegas de mi nuevo amigo conocí a Lulú. En realidad se llamaba María Luisa pero ella quería que la llamaran así. Lulú era tonta, superficial y tenía una horrorosa voz de pito, aparte siempre iba a todos con su perro pequinés que nunca dejaba de ladrar (aunque el pobre seguramente estaba pidiendo auxilio por estar todo el santo día en brazos de Lulú). Por suerte no era fea del todo y nadie se extrañó de que le tirara los tejos, la razón era que ella era amiga de una de las hijas de la familia Chavanel y el puente que me llevaría a su casa.
Engañar a Lulú durante tanto tiempo no fue fácil y mucho menos aguantarla. Tuve que demostrar durante meses un poder adquisitivo al que mi economía, por desgracia, no alcanzaba. Las cenas en restaurantes caros, los viajes y las clases de quitación dejaron el saldo de mi cuenta corriente a cero. Me consolaba preguntar a Lulú acerca de esos eventos en casa de los Chavanel.
-Es lo más exclusivo y chic que puedas echarte a la cara. Para quedarse muerta, ji, ji, ji… –decía Lulú con su voz nasal.
-¿Y el vino? ¿Probaste el vino? –le preguntaba yo.
-¡Claro que lo probé!
-¿Y cómo es?
-¡Ay Darling! Ya sabes que yo no entiendo mucho de vinos, pero a mí me pareció que estaba delicioso. Y dicen que es de los más caros del mundo.
¿De los más caros del mundo? Ese vino tenía un valor incalculable y yo tenía la oportunidad de probarlo, pero el tiempo pasaba y no llegaba ninguna invitación para Lulú y acompañante. Por fin mis recursos se agotaron y no tuve más remedio que cortar con ella, era una enorme oportunidad perdida pero, por otra parte, un gran alivio.
-Maria Luisa, tengo que hablar contigo… -dije aquella noche cuando nos encontramos en el restaurante para otra cena excesivamente cara.
-¡Darling! ¡Tengo una gran noticia! –dijo ella sacando un sobre de su bolso de Prada.
-¿Es lo que creo que es?
-Por supuesto. Prepárate y ponte guapo porque este sábado vamos a la casa de campo de los Chavanel.
De inmediato la abracé de alegría.
-¿Y qué quería decirme?
-¡Que te quiero Lulú! –dije besándola.
Para la ocasión elegí un sobrio traje negro, camisa azul oscura y corbata también negra. A Lulú la recogí en su casa en un coche que había alquilado para la ocasión, ella también iba completamente de negro y, por primera vez desde que la conocí, no iba enseñando carne ni llevaba a su pequinés, lo cual me pareció un detalle de buen gusto.
-¿Dónde tenías escondido este Mercedes darling? –me preguntó mientras se montaba.
-¡Bah! No lo suelo usar… Ya sabes la gente tiene mucha envidia y estos coches de alta gama en seguida lo rallan o le hacen algo, pero como allí tendremos aparcacoches… porque hay aparcacoches ¿verdad?
-Of course, ¿a dónde te crees que vamos?
Seguí conduciendo en silencio, solo imaginaba el momento de catar el néctar de esa botella de vino. Lo degustaría despacio, sintiendo cada sabor, paladeando cada trocito de historia de esos viñedos.
-¿Quién es el muerto esta vez? –le pregunté a Lulú.
-Creo que es el padre, Monsieur Chavanel, ji, ji, ji….
Volví la cabeza para mirarla. Estaba sonriente y yo también le sonreí y, he de reconocer, por primera vez era una sonrisa sincera. Incluso su risa no me pareció tan repulsiva como otras veces. Al fin y al cabo tenía una dentadura perfecta y esos hoyuelos le daban un aspecto muy atractivo.
-Estoy muy contento –dije.
Ella me dio un sonoro beso en la mejilla. El decir eso me costó tenerla todo el trayecto a la casa Chavanel agarrada a mi brazo.
Cuando llegamos un guarda de seguridad nos paró a la entrada, le dimos la invitación y nos hizo pasar. El jardín hasta llegar a la casa era inmenso y repleto de cosas curiosas. Mientras conducía lentamente Lulú me hacía indicaciones.
-Mira, ahí está la réplica de la Torre Eiffel, muchísimo más pequeña por supuesto, pero está hecha de oro macizo y allí Tristón, la mascota, ¡a qué es un león precioso! Y es tan manso… bueno, menos aquella vez que le arrancó el brazo a aquel mayordomo, ji, ji, ji… ¡Fue tan gracioso! Ya casi hemos llegado, ese es el aparcacoches.
Aquello no era una casa, era un autentico palacio de estilo neoclásico de tres plantas. Una vez llamamos a la puerta un mayordomo manco nos recibió y nos hizo pasar al enorme salón presidido por un féretro:
-La señorita Lulú y acompañante –dijo anunciándonos.
Inmediatamente una joven se nos acercó. Debía ser la hija de Monsieur Chavanel.
-¡Oh Lulú! Muchas gracias por haber venido –dijo abrazándola sollozando.
-¿Cómo no iba a venir? Lo siento muchísimo. ¿Qué es lo que paso?
-Lo encontramos bocabajo en la piscina. Seguramente fue un infarto mientras nadaba.
-Vaya… Mira te presento a mi novio, a mi darling.
-Encantada, Lulú me ha hablado mucho de usted –dijo extendiéndome su mano.
-Lo siento mucho, ha sido una gran pérdida –contesté estrechándosela.
Después de hablar un rato con la hija de Monsieur Chavanel y de consolarla igualmente dimos el pésame a los otros familiares y amigos allí congregados. De vez en cuando los criados recorrían el salón con bandejas de canapés y copas de vino, pero aun no habían sacado el que yo esperaba, eso lo reservaban para el gran momento.
Por muy poco casi lo estropeé. Fue cuando hablamos con el primo de Monsier Chavanel, éste nos explicó la quinta versión diferente acerca de su muerte y la más absurda.
-Mi primo era muy aficionado a practicar malabarismos y ayer le dio por practicarlos con unas granadas de mano…
No pude más que sonreír. No pude aguantarme.
-¡Oiga usted! ¿Acaso se ríe de las desgracias ajenas? –dijo enfurecido el primo de Monsieur Chavanel.
-No, yo…
-Discúlpelo, es que tiene un tic nervioso en el labio –dijo Lulú rápidamente.
Inmediatamente Lulú me agarró del brazo y me llevó aparte.
-Has estado sensacional Lulú –le dije-. Menos mal que has sabido reaccionar a tiempo.
-Sí, ya sé que a veces es difícil aguantarse la risa aquí, pero casi ha llegado la hora. Oye, ¿quieres que veamos el cadáver?
La agarré por la cintura y nos acercamos al ataúd espacio. Monsieur Chavanel era tal como lo recordaba de la foto de la revista Forbes, el maquillador había hecho un gran trabajo. Me fijé en su pecho pero no se movía. Era un buen muerto. Me pregunté cómo será en vida.
-¿En qué piensas darling? –inquirió Lulú que no había dejado de observarme con sus enormes ojos mientras yo prestaba atención al cuerpo inerte de Monsieur Chavanel.
-En que quiero que llegue el momento pero por otra parte…
-¿No quieres probar el vino?
-Claro que sí, no es eso.
Sabía que cuando llegase el momento, después de que Monsieur Chavanel resucitase milagrosamente, de que sacaran el mejor vino del mundo para celebrar tan extraordinario acontecimiento y de que lo probase por fin, tendría que decirle la verdad a Lulú.

jueves, 9 de febrero de 2012

Cualquier tiempo pasado fue anterior

Dos hombres neandertales se encuentran mirando unas pinturas rupestres en la inauguración de la cueva de un amigo suyo. Los hombres hablan entre gruñidos y en voz baja (para que el amigo no les escuche), pero voy a hacer una traducción más o menos aproximada de la conversación:
-¿Has visto?
-Sí, que mal gusto.
-Ya no se hacen pinturas rupestres como en el paleolítico.
-Ni que lo digas. ¡Esos bisontes! ¡Esos mamuts! ¡Libres por el campo! Y ahora… fíjate en esa pintura. Todos con flechas clavadas y esos hombres persiguiéndolos…
-Ahora lo que se lleva son las pinturas violentas.
-Exacto, ya no se tiene la sensibilidad que se tenía antes.
-Lo peor es que a Atouk no le gusta. La decoración ha sido idea de su mujer, es tan… neolítica.
-¡Será taparabazos!
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