martes, 30 de septiembre de 2014

Viaje en metro-ave

Samuel adoraba los domingos. Se levantaba a las seis de la mañana para ir al trabajo y se dirigía a la entrada de “metro-ave” más cercana a su casa. Tras comprobar que el billete había vuelto a subir pensaba de forma comprensiva que los servicios públicos tenían que subsistir de alguna manera.

Ya en los andenes comprobó que el “metro-ave” solo tardaría 17 minutos en llegar. Apuntó mentalmente que al día siguiente tendría que levantarse un poco antes para llegar a su trabajo con tiempo de sobra. Había que reconocer que el “metro-ave” no era todo lo rápido que su nombre hacía pensar, de hecho era igual de rápido que el antiguo metro normal, aunque bastante más caro.

Samuel trató de borrar esos pensamientos negativos de su mente y le alivió escuchar la dulce voz de megafonía decir: “Todas las batallas en la vida sirven para enseñarnos algo, inclusive aquellas que perdemos”. Cuando llegó el tren pagó el suplemento por entrar al vagón y se agarró como pudo a una de las barras atestadas de manos. Samuel noto como gotas de sudor empezaron a recorrer su espalda.

“Lo que ahoga a alguien no es caerse al río, sino mantenerse sumergido en él”, dijo la voz de megafonía antes de anunciar la siguiente parada. La gente que se apretaba en el vagón asintió y sonrió ante tan gran verdad. Una muchacha rubia de unos veinticinco años se levantó como pudo de su asiento y pidiendo disculpas se dirigió hacia la puerta.

–¿Va a salir en esta parada, camarada? –preguntó Samuel.

–Sí, gracias camarada.

Samuel consiguió apartarse a duras penas de la puerta. El barullo de gente lo apretó contra el cuerpo firme y a la vez suave de la joven. Su pelo olía a jazmín y Samuel se fijó por primera vez en sus ojos grises que no dejaban de escrutarlo.

–Perdona camarada, hay tanta gente, estos domingos… –se disculpó Samuel.

–Yo adoro los domingos. Solo se trabaja ocho horas pero sé aprovecharlos –contestó la chica.

Samuel de alguna forma vio una especie de disensión en ese “solo”. ¿Quería decir que le parecía poco el régimen de trabajo que había impuesto el Gobierno? ¿Le parecía demasiado blando? ¿O tal vez solo estaba fingiendo? “La vida no está hecha de deseos y sí de los actos de cada uno”, dijo la megafonía ante la aprobación general y luego añadió: “atención, estación en curva”.

 –Siempre puede hacer horas extras si le parece poco, camarada –dijo Samuel buscando la mano de la joven con sus manos.

Es cierto que notó cierta electricidad, un cosquilleo probablemente insano en su estómago cuando la joven cogió su mano y se la acarició, pero ahí estaba la prueba evidente y palpable. “Morir mañana es tan bueno como morir cualquier otro día” dijo la megafonía mientras Samuel, sin soltar la mano de la joven la sacaba del vagón para entregarla a las autoridades.

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