martes, 2 de septiembre de 2014

Fuertes convicciones


Mi padre siempre me contaba la misma historia cuando le pedía consejo: 

–Tu abuelo Hans fue un héroe en la II Guerra Mundial –comenzaba. 

–Papá, no, por favor… –intenté pararle aunque sabía que era inútil (pararle, aunque mi padre también era algo inútil). 

–En un momento dado se perdió de su compañía quedó atrapado tras las líneas enemigas. Por desgracia los aliados descubrieron su posición y le convidaron a rendirse pero tu abuelo no lo hizo. Estaba bien pertrechado en una colina y tenía muy buena puntería. 

Miré hacia otro lado fingiendo indiferencia a ver si así dejaba de contarme esa horrible historia, pero ya había cogido carrerilla. 

–Los soldados americanos comenzaron a subir por la colina y él comenzó a disparar. ¡Pam! ¡Pam! –dijo poniendo las manos como si sostuviera un fusil y cada vez más entusiasmado–. Tu abuelo era un enorme francotirador y a cada disparo un marine caía abatido. 

–Si no hubiera hecho el gilipollas y se hubiera rendido quizás podría haberlo conocido –intervine. 

–¡No hables así de tu abuelo! Fue un valiente y un defensor de sus ideales. Está bien, eran unos ideales desafortunados, pero en la vida hay que tener convicciones fuertes y defenderlas hasta el final. ¿Entiendes lo que quiero decir? No es fácil ser un héroe, sobre todo cuando estás en el bando equivocado. 

–Bueno y eso qué tiene que ver. Solo te he preguntado si te gusta más este pantalón en negro o en azul –le contesté intentando que dejara ya el tema. Algunos clientes del centro comercial empezaban a mirarnos raro ante el elevado tono de mi padre. 

–Cuando se le acabó la munición (solo tenía 25 balas) lo alcanzaron. Mató al vigesimosexto soldado americano con una piedra al grito de viva el Reich…

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