miércoles, 6 de junio de 2012

Encuentro fugaz


Juan y Paula se bajaron del coche, pagaron 50 céntimos al gorrilla y se dirigieron al restaurante:
-¡Qué contenta estoy de poder conocer a la novia de Roberto! -dijo Paula agarrándose del brazo de Juan.
-Sí, se le ve tan ilusionado por teléfono... bueno, quiero decir, verse no se puede ver por teléfono... en fin, ya me entiendes. ¿Cómo se llamaba la chica?-contestó Juan.
-María. Yo creo que está va a ser por fin la buena. ¡María y Roberto! ¡Suena tan bien!
-Sí, ya me estoy imaginando las invitaciones de boda... si es que quieren casarse claro, Roberto creo que no es de ese tipo de persona, nunca se ha casado... aunque bueno, no tiene nada que ver, acaba de cumplir treinta años, no le ha dado tiempo casi de casarse. Casi casarse... no sé si esa expresión es demasiado adecuada...
-La verdad Juan, a veces te lias de una manera... -rió Paula.
Cuando llegaron al restaurante Roberto estaba esperando en la puerta junto a una chica. A medida que Juan y Paula se fueron acercando la cara de Juan fue pasando paulatinamente de la alegría a la mas absoluta incredulidad.
-¡Hola! Os presento a María. María ellos son Juan y Paula, mis mejores amigos... ¿qué te pasa Juan? ¿Te encuentras bien? -preguntó Roberto al comprobar la palidez de su amigo.
-¡Oh! ¡Vamos Juan! Diselo, no pasa nada -dijo María.
-¿Qué? -reaccionó por fin Juan- se... ¿se lo digo?
-Pero, ¿cómo? ¿Os conocéis? -dijo Paula.
-Sí, Juan y yo eramos buenos amigos en el instituto, ¿verdad Juan? -dijo María guiñándole un ojo a Juan.
-Si... ¡Si, claro! Buenos amigos, sí, eso eramos, nada más ¿eh? ¡Solo amigos!
-¡Qué casualidad! -dijo Roberto.
La cena transcurrió placidamente y los comensales charlaron animadamente, todos excepto Juan que permanecía extrañamente silencioso.
-¿Te pasa algo Juan? -preguntó su novia-. Estás muy callado
-Sí, no me pasa nada, es solo que estoy algo cansado y... bueno, también tengo que ir al baño, sí, es eso...
-¿Y por qué no vas? Estás como atontado hijo.
-¡Ah! Sí, claro... -dijo levantándose por fin.
-Yo también voy al baño -dijo María.
Los baños estaban fuera del alcance de visión de la mesa donde estaban sentados sus parejas, por lo que María supuso que era un buen momento para hablar.
-Espera Juan, no entres todavia.
-El baño de mujeres está libre también...-contestó Juan.
-No, no es eso... ¿Sabes? Desde que te he visto se han despertado en mí unos sentimientos que ya creía encerrados bajo llave y enterrados a mil kilómetros de profundidad -dijo María pasándole a Juan juguetonamente la mano por su pecho.
Juan agarró su mano:
-No María, esto no puede ser.
-Vamos Juan, ¿es que ya no te gusto?
-Vale, no voy a negar que sigues igual de guapa que siempre, excepto por esas arrugitas que te han salido al lado de los ojos, que te hacen mas madura e interesante. Y sí, sigues oliendo igual de bien, ese olor que siempre me volvió loco y... mrrpppff mmmmff... Está bien, ya veo que tus besos no han perdido ni un ápice de pasión.
-¡Oh, Juan! Tu cháchara siempre me puso a mil.
-Y por qué, por qué te fuiste sin dar ni una explicación, podías al menos haberme mandado una carta. O un e-mail, ya por aquella época empezaba a funcionar internet. ¿Y qué me dices del teléfono? ¿Eh? ¿Qué me dices de los telegramas? Joder, algo. Dime.
-Juan... Es todo tan complicado... Pero fíjate, el destino nos ha vuelto a unir y ahora nunca, nunca, nunca, jamas nos separaremos.
-Bueno, mientras entro al baño...
-Vale, pero cuando salagas aquí estaré. He madurado Juan, ahora sí puedes confiar en mí.
Cuando Juan salió de baño María ya no estaba.

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