El Presidente de los Estados
Unidos de América recibió una llamada en su despacho en la sede de la ONU:
–¿Dígame? No, no… Estaba
trabajando… Sí, dime… ¿Qué? ¿Qué un supervillano ha robado una cabeza nuclear y
amenaza con detonarla si no le pagamos 100.000 millones de dólares en media
hora? Vaya tela… ¿Y se sabe dónde piensa detonarla? Vaya, hombre, si fuese otro
sitio a lo mejor daba igual pero siendo Nueva York…. ¿Qué? No, no, de verdad
que no estaba durmiendo. Habrá que reunirse, ¿no? Claro, claro. De acuerdo, nos
vemos en la sala de reuniones del consejo de seguridad en diez minutos. Que no
joder, deja de preguntar, que no estaba durmiendo. Sí, sí… Hasta ahora.
El Presidente de los Estados
Unidos todavía pudo dormir cinco minutos más antes de dirigirse a la sala de reuniones. Cuando llegó (unos 10
minutos tarde), se encontró a todos los dirigentes de los países en la puerta.
–¿Qué pasa? ¿Por qué no entráis?
–La limpiadora dice que está el
suelo mojado y que nos esperemos un poco –le informó el Presidente de Rusia.
–Está en juego la vida de
millones de personas y nuestra reelección como Presidentes, ¿no podría pasar la
fregona luego?
–No, dice que ella se va a las
tres y no quiere que se queden las pisadas. No veas que genio tiene –dijo el
Primer Ministro británico.
–Bueno, podemos hablarlo aquí en
el pasillo si queréis. ¿Qué os parece? Casi no queda tiempo y…
–¿Aquí de pie? Ni hablar, yo si
no me siento no soy persona –replicó la Canciller alemana.
–Pues está la cosa jodida... ¡Este
es el fin de la ciudad de Nueva York! ¡Que empiece a cundir el pánico!
–¡Esperad! No os deis por vencido
tan rápido –dijo el Presidente de España–. ¿Y si pasamos por el ladito? En mi
país solemos hacer eso. Parece que las pisadas por el lateral no molestan tanto
a las limpiadoras.
–¡Genial! –exclamaron todos.
Y así el Presidente de España
salvó a la ciudad de Nueva York y el supervillano fue 100.000 millones de euros
más ricos, dinero que usó para comprar más armas nucleares.
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