viernes, 3 de octubre de 2014

Mamadou

Mamadou lleva casi diez años en España. Como cada mañana va al semáforo de la rotonda a vender pañuelos. Todos los días ve las mismas caras tras los retrovisores y conoce a cada uno de ellos de tanto verlos. Mamadou siempre tiene una sonrisa para todos.

Aquel día Mamadou vio como se acercaba el Renault de la familia Rodríguez. La familia Rodríguez pasaba todas las mañanas para llevar a los niños al colegio y siempre le daban algo a Mamadou por lo que éste les había cogido gran afecto. Mamadou se aproximo con una gran sonrisa a la ventanilla y la señora Rodríguez la bajó, pero en lugar de darle una moneda le pidió que subiera al coche.

–Por favor, es urgente que vengas con nosotros, te lo recompensaré.

Tras pensarlo unos instantes, Mamadou se montó en el coche. Le extrañó que no estuviera el señor Rodríguez. Sí estaban los pequeños a los que Mamadou también saludó con una gran sonrisa, pero éstos parecían preocupados al igual que la señora Rodríguez.

–¿Y el señor Rodríguez? –preguntó Mamadou cuyo español después de casi diez años era bastante bueno.

–Mamadou, el señor Rodríguez está muy enfermo. Los médicos dicen que va a morir.

–¡Oh! ¡Lo siento mucho! –contestó perdiendo su perenne sonrisa.

–Necesitamos que tú lo operes.

­–¿Qué? –preguntó sorprendido Mamadou.

­–Sí, por favor, tienes que curarlo –dijeron los niños de los Rodríguez mientras abrazaban a Mamadou desde el asiento de atrás.

–¡Pero si yo no sé nada de medicina! –gritó Mamadou desconcertado mientras intentaba zafarse de los pequeños.

–Confiamos en ti, se te ve tan buena persona… Lo hemos hablado y eres la única persona en la que podemos depositar nuestras esperanzas –dijo la señora Rodríguez mientras echaba el cierre automático del coche para que Mamadou no pudiera escapar.

–¡Estáis locos, joder!

El coche llegó a una vivienda unifamiliar con garaje. Hasta que la puerta del garaje no estuvo cerrada la señora Rodríguez no dejó a Mamadou salir del vehículo. Éste salió corriendo y abrió la primera puerta que se encontró, al otro lado estaba el salón donde el señor Rodríguez yacía agonizante en el sofá.

–Mamadou… por fin has llegado… –dijo de forma casi inaudible.

Mamadou quedó paralizado ante el señor Rodríguez ocasión que aprovechó la señora Rodríguez para poner en su mano un bisturí.

–Adelante Mamadou, hazlo –dijo.

Mamadou miraba alternativamente al señor y la señora Rodríguez, sus caras suplicantes estaban a la vez llenas de esperanza. Mamadou, con la frente encharcada en sudor aproximó el bisturí al pecho descubierto del señor Rodríguez y no se detuvo ni cuando el señor Rodríguez le pidió:

–Pero sonríeme mientras lo haces, por favor, sonríeme mientras lo haces…

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