Una anciana se balancea en su mecedora mientras ve algún programa concurso en la televisión cuando llaman a la puerta. Se levanta con dificultad y arrastra los pies lentamente hasta la entrada. Prácticamente pueden oírse el chirriar de sus articulaciones mientras avanza. Cuando observa por la mirilla se encuentra con dos hombres altos vestidos de militar que se quitan el sombrero y se lo ponen en el pecho en señal de respeto.
–¿Quién es? –pregunta la anciana.
–¿Es usted la señora McCallister?
La señora McCallister abre la puerta y los mira de arriba abajo con desconfianza.
–Sí, soy yo. ¿Qué desean?
–Soy el sargento Newman.
–Y yo el teniente Petterson, encantado –dicen tendiéndole la mano.
–Como bien sabe –prosigue el sargento– durante la Segunda Guerra Mundial hubo muchos soldados desaparecidos en combate, entre ellos su marido.
–¿Mi marido?
–Sí… y parece ser que durante unas obras en Francia encontraron unos restos que parecen ser suyos, además de algunos objetos personales que el Ejercito Americano más de 50 años después tiene la gran satisfacción de devolverle. ¿Teniente?
El teniente abre una caja que guardaba bajo su brazo y empieza a sacar objetos de su interior mientras el sargento los enumera:
–Su placa identificativa, un reloj de bolsillo, algunas cartas y un iPhone 5 –dice sin inmutarse–.Solo tiene que firmarme este recibí y su conformidad para que le cobren las cuotas correspondientes del iPhone.
La señora McCallister no hace preguntas y firma, al fin y al cabo son los únicos recuerdos que le quedan de su marido.
Joder, cómo se la han colado a la pobre vieja, ¿no? ¿Cómo coño iba a tener un iPhone su marido en la Segunda Guerra Mundial? Las nuevas tácticas de ventas de Apple para colocar iPhones a sectores de la población que nunca lo comprarían, han contratado al ejército americano.
Y la buena mujer era un poco pardilla, ¿verdad? ¡Si a su marido no lo reclutaron por pies planos! Pardilla no, lo siguiente... (¿parduzca?)
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