viernes, 31 de enero de 2014

El accidente

Al girar la curva con mi bici vi como un todoterreno se metía en el carril de la ambulancia, sin poner el intermitente. El choque fue tan inevitable como terrible y los dos vehículos comenzaron a dar vueltas de campana. Dada la inercia que llevaban llegué a pensar que me aplastarían ya que venían en mi dirección pero, milagrosamente, la trayectoria mortal se detuvo a unos dos metros de mí. Yo estaba dispuesto a saltar de la bicicleta si fuera necesario pero no hizo falta. 

Inmediatamente dejé mi bicicleta y fui primero a la ambulancia ya que era el vehículo que estaba más cerca. Se había detenido de pie y, tras mucho esfuerzo, conseguí abrir la puerta mientras preguntaba si estaban bien. Nadie me contestó, tanto el conductor como el copiloto se hallaban inconscientes. Opté por no moverlos ni tocarlos dados mis escasos conocimientos en primeros auxilios. 

El revuelo fue enorme y en seguida el accidente estaba rodeado de curiosos que lo más que hicieron fue llamar a emergencias. Me alegré de encontrarme en ese momento a David, al cual hacía meses que no veía. Me dio un abrazo y me dijo que si me encontraba bien. Le expliqué que casi me aplastan pero que estaba bien, que la culpa de todo la había tenido el todoterreno. David me invitó a subir a su coche para llevarme. Junto a él estaba sentado un tipo algo mayor que nosotros. Se presentó y me dijo con acento argentino que se llama Gustavo. 

 –¿Vos estás bien? –me preguntó. 

–Sí, un poco asustado, pero bien. 

 –No se preocupe cuando tenga que declarar en el juicio. Seré su abogado. 

Le expliqué que no había problema, que había visto claramente el accidente y sabía quién había tenido la culpa. 

–No es tan fácil –me contestó Gustavo–. Todo en los juicios funciona con preguntas y respuestas y si te pillan en una contradicción o en algo que no sepas puede crearse una duda razonable. Si quiere podemos hacer un ejemplo. 

–Adelante –le contesté seguro de mí mismo. 

–Está bien. ¿Vos cómo se llama? 

–Fernando. –Y el nombre de su amigo –dijo señalando a David que conducía sin decir nada. 

–David. 

–Muy bien. ¿Y dónde vive David? 

A pesar de que había ido muchas veces no recordaba la dirección. Al notar que me quedaba en blanco, David se comenzó a reírse y me hizo gestos de una cruz con los dedos. 

–Mmm… En la calle… Cruz… ¿del sur? 

–Buen intento Fernando pero no acertó –dijo Gustavo riendo–. Ahora dígame, ¿cómo me llamo yo? 

Por alguna razón las preguntas me resultaban cada vez más incómodas. Me estaba poniendo nervioso y temí haber olvidado su nombre a pesar de que acababa de presentarse. 

–Gus… Gustavo –contesté un tanto inseguro. 

Gustavo sonrió. David continuaba totalmente callado. 

–Veo que está un poco aturdido aun a causa del accidente. ¿Vos sabés decirme por qué no recogimos su bicicleta? A pesar de que acababa de comprenderlo todo algo en mí se negaba a aceptar la realidad y solo contesté: 

–No lo sé. 

David, que había muerto meses atrás en un accidente de tráfico en ese mismo coche, me dijo: 

–No te preocupes, Gustavo será tu abogado. También lo fue el mío y todo fue bien. 

–Convendría ir pensando razones por las que merece ir al cielo –añadió Gustavo–. Es lo más importante.

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