lunes, 23 de mayo de 2011

Mis abuelos

Ver un miércoles después de feria a una chica vestida con su traje de flamenca es bastante extraño. Tan solo hace una semana sería lo más normal del mundo pero ahora es como ver a alguien disfrazado. Al verla no sé por qué se me viene a la cabeza la imagen de mi abuelo, combatiente republicano, que se escondió en los montes de Málaga y vivió allí durante años sin saber que, desarmado y cautivo el ejército rojo, la guerra había terminado. Supongo que cuando lo encontraron debieron sentir algo parecido a cuando yo he visto a esa chica con el traje de flamenca un miércoles después de feria.
Cuando llego a casa me da por leer el diario de mi bisabuelo Eugenio, que mi familia guarda como oro en paño cual reliquia familiar que es. Las hojas están amarillentas pero todavía, abriéndolas con una pinza para que no se desquebrajen puedo repasar la romántica y emocionante historia de cómo se conocieron mis abuelos por parte de madre.

Arenas (Málaga). 14 de abril de 1941
Hoy es un día triste, trágico, funesto… todos los adjetivos que puedan imaginar. Mi hijita, la niña de mis ojos, mi pequeña Sofía, Sofiíta, ha muerto hoy. Contaba con tan solo 18 años. El médico del pueblo. Don Eusebio, no se explica esta muerte repentina ya que mi hija se encontraba perfectamente de salud. Simplemente su corazón dejó de latir, dijo. Ha sido un duro golpe para todo el pueblo, una muchacha tan joven… en la flor de la edad. Todo el pueblo ha asistido al funeral. Especialmente duro ha sido para el novio ya que justo un mes se habían prometido cuando él la espero escondido mientras ella iba a recoger agua al pozo y entonces él salió de entre los arbustos y le dijo “contigo me la garraspiño” y ella contesto “más merezco”. En fin, la típica historia de amor en este nuestro pequeño pueblo.
Mañana será el entierro, otro duro y amargo día.

Arenas (Málaga). 15 de abril de 1941
¡Ha sido un milagro! Mis rezos y plegarias surtieron su efecto. Estaban los muchachos del pueblo llevando el ataúd con el cuerpo de mi hija cuando de repente este se abrió y mi niña se incorporó. He de decir que fui el único que permaneció junto a mi desconcertada hija, el resto del pueblo huyó despavorido ante tan asombroso hecho. Fui corriendo a abrazarla y lloré de felicidad, ella en cambio no entendía la situación. Don Eusebio no se explica esta recuperación, o más bien resucitación repentina. Simplemente su corazón comenzó a latir de nuevo, dijo. Luego me explico que a veces esas cosas pasan, que a veces piensas que alguien está muerto y no lo está. ¡Qué se vaya al diablo! De solo pensar que casi enterramos a mi niña en vida… se me ponen los vellos de punta.
Sin embargo no todo es felicidad. Su novio, el cobarde de Valentín, es ahora el que no da señales de vida y al final del día hemos recibido una carta de su puño y letra en la que reniega de su compromiso con ella porque “al fin y al cabo nos íbamos a casar hasta que la muerte nos separe y ella ya se ha muerto”. Tampoco me hace mucha gracia el mote que le han puesto: “Sofiíta la muerta”.

Arenas (Málaga), 12 de mayo de 1941
Estos días están siendo duros. Aunque el pueblo parece haber aceptado ya el hecho de que mi hija ha resucitado, el mote y la estúpida patraña de que ella es una especie de bruja hace que la gente, y en especial los hombres, la rehúyan, precisamente ahora que es cuando más cariño necesita después de que Valentín la dejara de aquella manera. Por mucho que va a por agua al pozo ya ningún joven la asalta en el camino y le dice “contigo me la garraspiño”. Empiezo a pensar que, a no ser que nos marchemos del pueblo, mi hija nunca se casará. Pero al menos está viva.
Tampoco está siendo la cosa fácil en el cuartel. Desde hace unos meses a José, el cabrero, le están desapareciendo sus cabras y no tenemos ninguna pista (hasta hoy) de quién puede ser. Algunos dicen que es el chupacabras, otros que son los lobos y otros, más estúpidos, dicen que las está sacrificando mi hija al diablo para agradecerle el recobrar la vida. Por suerte José, el cabrero, vio anoche una sombra surgir del bosque y llevarse a una de sus cabras. Medía más de tres metros y era rápido y ágil como un gato, sin duda era el chupacabras, me dijo. Menos mal que he sido educado en el método científico. Que Dios y el cuerpo de la Guardia Civil al que pertenezco me perdone, pero bendita República…

Arenas (Málaga), 13 de mayo de 1941
Salimos por la mañana temprano. El bosque es denso y un mono puede atravesarlo de punta a punta sin bajar de un árbol, si es que hubiera monos. Quien sí viene conmigo es mi compañero Sebastián que parece un poco atemorizado por los rumores de que el chupacabras es el que está robando los pobres animalitos de José, el cabrero. De hecho esta mañana se hizo bastante el remolón diciendo que tenía mucho papeleo en el cuartel, que mejor que fuera yo solo. Sebastián, la Guardia Civil siempre va en pareja, cómo voy a ir yo solo, le dije, y ante ese argumento irrefutable no tuvo más remedio que acompañarme.
El bosque subía por una escarpada ladera. En algunos momentos teníamos que ir a cuatro patas para poder subir y, por mucho que agudizáramos los sentidos en busca de alguna pista, no hallábamos nada. Era cansado seguir subiendo y ya íbamos a abandonar la búsqueda cuando vi una cueva detrás de unos frondosos álamos cuya existencia desconocía. Le dije a Sebastián que echáramos un vistazo y el dijo que no se metí ahí ni loco. De todos es sabido que el chupacabras se esconde en cuevas, me dijo. Eso sí, se ofreció a cubrirme desde allí.
Cuando llegué a la entrada de la cueva descubrí algunas cosas importantes. Primero que la cueva no parecía profunda, segundo que allí vivía alguien y tercero que quien fuera que fuese era el ladrón de cabras, el olor a cabrito asado era inconfundible. Hice un gesto a Sebastián para que subiera conmigo y en ese momento descubrí que se había ido. Será cagón.
Esperé apostado detrás de una roca, recordando mis años mozos, y una vez salió el sospechoso quédeme enormemente sorprendido al descubrir a un muchacho joven, delgado y de aspecto harapiento vestido con el uniforme del ejército de la República. Salté sobre él y, aunque es mucho más joven que yo, el factor sorpresa y su debilidad acabó con su resistencia y pude reducirlo en pocos segundos.
Mientras lo trasladaba esposado al pueblo lo interrogué y mi sorpresa (y la suya) fue aún mayor cuando averigüé que el muchacho, llamado Zacarías, pensaba que todavía estábamos en guerra, no por locura, sino por desconocimiento de las noticias ya que se había despistado de su pelotón y se había ocultado en las montañas. Ya decía yo que últimamente se oían muy pocos disparos, dijo. Me dio bastante pena, sobre todo sabiendo lo que le podía ocurrir una vez tuvieran noticias las autoridades pertinentes, así que ideé un plan camino al pueblo…

Arenas (Málaga), 15 de julio de 1941
Hoy es la boda entre mi hija Sofía y Zacarías, el soldado republicano despistado. Tuve la suerte de que mi plan salió perfectamente y ambos se sintieron atraídos desde que él salió al encuentro de mi hija mientras iba al pozo por agua y le dijo “contigo me la garraspiño” y ella respondió “más merezco”. Fue algo difícil ocultar la identidad de Zacarías pero finalmente pude convencer a todos de que se trataba de un primo lejano de la familia. Le encontré trabajo en una panadería y pagamos a José, el cabrero, las cabras que había robado aquellos meses mediante sobres que le dejábamos en su buzón con el remite de “el chupacabras”. Ha sido divertidísimo ver su cara cada vez que encontraba un sobre de esos.
Te dejo de momento querido diario porque tengo muchas cosas que preparar. Solo espero que a partir de ahora le vaya muy bien a mi familia, que seamos felices y comamos cabrito y bebamos mucho vino dulce.

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