miércoles, 2 de octubre de 2013

Ciudad melodía


Siempre acabo perdiéndome en esta maldita ciudad. Esto es, como todos ya habréis imaginado, por mi mal oído y mi nulo sentido del ritmo. ¿Cómo era? Mira que llevo tiempo viviendo aquí, ¡pues todavía no me he aprendido la puñetera melodía! Si tan solo pudiera recordar 3 o 4 notas por lo menos para orientarme y saber donde estoy…

¿Qué por qué no pregunto a alguien? En primer lugar porque me da vergüenza, parezco tonto preguntando cosas aparentemente tan sencillas para el resto de los mortales y, además, aunque me tarareen dónde estoy o cómo llegar a mi casa luego acabo haciéndome un lio. ¿Era mi menor o mayor? ¿Después de sol iba la o do?

Y por si fuera poco eso también están los silencios. Porque, de repente, en medio de la canción hay esas pausas que interrumpen la melodía y cuya duración nunca consigo determinar. Mira que he protestado veces al Ayuntamiento pidiendo que llenen esos vacios con notas y a ser posible que tenga cierta armonía, pero ni caso. Cualquiera podría tropezarse con ellos y hacerse daño. Lo más que conseguí  es que me enviaran una cajita de música de la ciudad. Pero no voy a ir por ahí con un mapa, ¡ni que fuera yo guiri! Y hasta ellos se orientan mejor que yo.

Fue en uno de esos silencios cuando se me acercó ella en tímidos pasos, me sonrió y me dijo:

-Perdona, ¿sabes dónde queda la catedral?

¿La catedral? ¿No sabía volver a mi casa y quería que le tararease como llegar a la catedral? Hice lo que cualquiera haría en estos casos, me inventé una estúpida cancioncilla. No podía quedar en ridículo delante de una mujer con semejantes curvas, sobre todo por la curva que dibujaba su boca.

La seguí, sí, me puse a silbar la melodía y llegue hasta donde la había llevado. Era un bar, en realidad ni siquiera me había inventado la canción, era el bar donde solía ir siempre y, torpe de mí, no me había dado cuenta. Ya decía yo que no me había costado nada seguirla. En seguida me vio y se puso a hablar conmigo. No tuve más remedio que reconocerlo:

-Mira, es que soy malísimo para orientarme por la ciudad. No tengo oído musical.

-No pasa nada, me gusta este bar. La verdad es que lo sospeché desde un principio, la canción que me dijiste no sanaba nada religiosa –me confesó riendo.

Tomamos algunas cervezas, luego unas copas… y ya se sabe qué pasa cuando se hacen estas cosas, que uno acaba con los cantos regionales y éstos nos llevaron al casco antiguo, a las tascas más tradicionales y con más solera de la ciudad y a… sí, lo habéis adivinado, sidrerías. No sé cómo, cuándo o dónde recordé la melodía para llegar a mi casa, pero lo hice. Me despedí de Cecilia (que así se llamaba ella) con un dulce beso con el cual me agradeció que le llevase a visitar tantos sitios. Quedamos en volver a vernos en el mismo silencio un día de estos si es que soy capaz de llegar.

-Si no fue bonito mientas duró –me dijo.

A las 5 de la madrugada me encontraba tratando sin éxito introducir la llave de mi casa en la cerradura. A veces pienso que también debería haber una canción para eso, que sería mucho más fácil si con recordar una melodía se abrieran puertas, se encontrasen los pares de los calcetines extraviados o se conquistase el corazón de las mujeres.

Precisamente mi mujer me espera detrás de la puerta. A ver cómo le explico yo por qué llego a estas horas si solo salí a comprar el pan para pa pa pan pa…

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