Era una tranquila mañana en la casa de empeño donde trabajaba hasta que llamaron a la puerta y vi que era ella. Siempre me ponía nervioso cuando ella llegaba. Me levante para darle dos besos pero cuando estaba a mitad de camino me di cuenta de que era algo inusual ese comportamiento con una clienta por muy bonitos que fueran sus ojos. Me quede a mitad de camino, de pie, sin saber muy bien qué hacer y efectivamente no hice nada salvo tartamudear un casi inaudible qué desea. Vengo a recuperar mi anillo, me dijo. Ella también parecía nerviosa, manejaba algo entre sus manos que no paraba de pasar de una a otra. Lo lamento pero el plazo terminó ayer, acerté a decir temblorosamente. Lo que manejaba entre sus manos era una pistola. La alarma estaba en el mostrador y yo demasiado lejos por culpa de sus ojos.
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